Por David Brondo
No es posible que cada que vez que llueve o haya niebla de manera irremediable se presenten accidentes descomunales. Una mínima llovizna es capaz de detonar accidentes mortales.
La noche del martes 31 de diciembre decenas de personas no pudieron levantar la copa vino para brindar por el Año Nuevo. Recibieron el 2020 de la peor manera: en una cama de hospital, rodeados de doctores y enfermeras, o varados en la autopista de cuota Monterrey-Saltillo, agobiados por el frío, la lluvia y la neblina.
Una vez más, esa autopista fue escenario de carambolas de vehículos.
Uno de los accidentes ocurrió en el kilómetro 61 en dirección a Monterrey, donde cuatro personas resultaron lesionadas.
Otro, realmente espectacular, se registró más adelante: en el kilómetro 65. Ahí, un tráiler arrasó con 30 vehículos y dejó decenas de personas con lesiones, y dos fallecidos.
Las imágenes de las fotografías y de los videos que comenzaron a circular de manera inmediata son espeluznantes. Autos y camionetas aparecen destrozados bajo la caja de un tráiler o destruidos en las vallas de protección.
Aún encendidos, en otras imágenes se ven coches chocados por alcance, uno tras otro, en una línea de desastre que parece interminable. Algunas camionetas están trepadas sobre otros vehículos.
“Tengan cuidado los que vengan para Monterrey: acaba de pasar una tragedia, yo me salvé de milagro”, dice un narrador anónimo en una de las grabaciones.
Si los milagros existen, éste fue uno de ellos: a pesar de la magnitud de la colisión inicialmente no se reportaron muertos, aunque posteriormente se supo que dos de los heridos perdieron la vida.
Sin embargo, los accidentes en la autopista de cuota y en la carretera libre que conectan a Monterrey y Saltillo son, en efecto, una tragedia, como dijo el conmovido conductor convertido, por la fatalidad, en cronista de lo inmediato.
Se entiende que las inclemencias del tiempo son un factor que suele detonar los accidentes, pero el trabajo de las autoridades y los organismos administradores de las vías federales dejan mucho que desear.
No es posible que cada que vez que llueve o haya niebla de manera irremediable se presenten accidentes descomunales. Una mínima llovizna es capaz de detonar accidentes mortales.
De acuerdo a la SCT, en el 2017 —el último año del que hay estadísticas en internet— la autopista de cuota Monterrey-Saltillo registró un total de 21 accidentes con un saldo de dos muertos y 15 heridos, mientras que la carretera libre presentó 61 colisiones que dejaron a cinco personas sin vida y a 29 heridas.
Las cifras seguramente se han disparado en los últimos dos años que la afluencia vehicular parece haber aumentado también exponencialmente.
Por motivos familiares y laborales, quien esto escribe es un usuario asiduo de ambas vías. Siempre me ha quedado claro que viajar con lluvia o con niebla es un volado: en mi opinión, en esas condiciones hay un 50 por ciento de posibilidades de participar en un accidente.
El 28 de abril del 2018 quedé en medio de una carambola en la que participaron más de 70 vehículos arrollados por tráileres en la carretera libre. Por la niebla excesivamente densa, la Policía Federal en esa ocasión había cerrado la autopista y canalizó todo el tráfico por la libre.
Fue lo único que a las autoridades se les ocurrió hacer en aquella ocasión. No implementaron un operativo de seguridad ni mucho menos. El resultado fue catastrófico: personas lesionadas, decenas de autos destrozados —el mío, como la mayoría, fue pérdida total— y el cierre de la vía por 10 horas. Fue un milagro que no hubiera muertos con tantos autos arrasados por los tráileres.
Me llamó la atención que no hubiera patrullas ni agentes de la PF resguardando la carretera a pesar de las condiciones climáticas. Tras el accidente, un solo agente —sí, uno solo— tuvo que realizar todos los peritajes y montar el operativo para despejar el área. El policía tuvo que esperar a que llegaran ambulancias privadas, un ejército de aseguradores y decenas de grúas.
Un solo agente hizo las investigaciones iniciales y los peritajes de todos los vehículos siniestrados y dejó en manos de aseguradoras y particulares el resto de las operaciones. No vi mayores protocolos ni estructura de apoyo. Eso explica en parte la tardanza en la liberación de las vías.
Es hora de hacer un diagnóstico para saber qué está pasando con las vías que comunican a Monterrey-Saltillo. Hay mucho que hacer en los planos preventivos. Hace 15 años, la carretera libre tenía una ayuda de guías visuales a lo largo de toda la vía —una suerte de chispas intermitentes en ambos lados— que ayudaban a los conductores a conducir de manera más segura. Por falta de presupuesto ese sistema desapareció y hoy ni la autopista de cuota lo tiene.
En algunas ciudades de Europa y Estados Unidos se utilizan balizamientos inteligentes antiniebla para proporcionar mejores condiciones de información y seguridad en las carreteras y sistemas de avisos a través de las señales de mensaje variable (SMV) para la adaptación de los límites de velocidad de acuerdo a las condiciones meteorológicas y de tráfico. Estas SMV son una suerte de tableros o paneles de luces LED que orientan cada 40 o 60 metros a los conductores.
Ayudaría, y mucho, una mejor señalización en ambas vías, una mayor presencia de la PF, la realización de operativos para moderar la velocidad y un sistema de alertas oficiales en las redes, que no existe.
Establecer protocolos de seguridad y realizar un estudio de las fallas estructuras que pudieran tener ambas carreteras, la libre y la de cuota, deberían ser una prioridad de la SCT.
No es posible que una simple llovizna termine irremediablemente en una tragedia ni que las autoridades sólo implementen operaciones reactivas —a agua pasada— con megaaccidentes y carambolas.
No deberíamos ver tuits como el que lanzó el último día del 2019, horas después del accidente, el administrador del portal Saltillo en Frecuencia: “Autopista #Saltillo-#Monterrey: ayúdenos por favor. Vengan a sacarnos de aquí, hace frío y hay niños”.
Nota: el presente artículo se publicó originalmente en la agencia de noticias Infonor, bajo el título de Ítaca; el autor es periodista de amplia experiencia, quien fuera directivo de los desaparecidos periódicos El Sol del Norte y Palabra, en Saltillo, y de El Norte de Monterrey.
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