Vaya bronca diplomática la que se traen México y Bolivia, al punto que podría escribirse una miniserie. Como ya sabemos, Evo Morales fue depuesto, solicitó asilo político a México, y éste, en apego al artículo 11 de su Constitución y su tradición diplomática, se lo otorga, y lo trae en un avión de la Fuerza Aérea a un costo de $1.8 millones de pesos. Estando en territorio nacional, Evo hace activismo político, lo cual viola su condición de asilado según los tratados internacionales, pero el gobierno mexicano se hace de la vista gorda.
Repentinamente, Evo Morales sale del país rumbo a Cuba y posteriormente hacia Argentina donde actualmente reside y sigue haciendo proselitismo electoral de manera remota. Y en los últimos días, la Embajada Mexicana en La Paz, denunció hostigamiento por parte de las fuerzas policiales de Bolivia al incrementar su presencia afuera de la sede diplomática. Además de las declaraciones del Expresidente de Bolivia y vocero de la administración interina, Tuto Quiroga en las que cuestiona al Presidente López Obrador, y le llama “cobarde matoncito”. Para rematar, vino la expulsión de la embajadora mexicana, declarándola persona non grata. Cuando esto sucede, se esperaría que el gobierno mexicano hiciera lo mismo con el embajador boliviano, en reciprocidad. Práctica común en la diplomacia.
Todo este embrollo nos hace preguntarnos, si México tomó la decisión correcta en traer a Evo Morales. Pues, esto depende desde el punto de vista desde el que se lea. Desde lo jurídico, sí. México lo ha hecho con muchos otros personajes que fueron perseguidos. Pero desde lo moral y de calculo político, no. Primero, porque nunca quedó claro si realmente fue Evo quien pidió el asilo o si el gobierno mexicano le pidió a Evo que lo solicitara para concedérselo; y segundo, porque el gobierno mexicano claramente no se esperaba una reacción como la que ha tenido la administración interina boliviana, que podría estar utilizando la escalada en la tensión bilateral, como una estrategia electoral de la Presidenta Jeanine Añez para hacer campaña política en su país.
México tiene mucho potencial para tener un rol más activo y un liderazgo diplomático en la región, pero en esta ocasión se metió en camisa de once varas porque al tratar de figurar, se ganchó con los problemas políticos de Bolivia, que no son pocos. Y por otro lado, reabrió otro flanco de cuestionamientos relacionados con la congruencia con la que la Cuarta Transformación conduce la política exterior. México es el país del asilo político, pero también el que caza migrantes a petición de Trump. Salvamos a Evo, pero le dimos la espalda a Guaidó en Venezuela. Que viva la autodeterminación de los pueblos, pero sólo la de los que nos conviene.
Tarde que temprano esta crisis menguará, pero deja una valiosa lección: en materia diplomática, no se puede estar en misa y andar en la procesión.
Israel Navarro es estratega político del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter: @navarroisrael
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