Con los ojos vendados grupos de mujeres en el mundo protestan cantando con una sola voz la canción “Un violador en tu camino”.
La canción fue creada por el colectivo Lastesis, fundado hace año y medio por cuatro mujeres de 31 años (Dafne Valdés, Paula Cometa, Sibila Sotomayor y Lea Cáceres, originarias de Valparaíso) que tratan de transmitir teoría feminista a través del lenguaje audiovisual. La canción y la coreografía que mueve a las mujeres que la interpretan se hizo viral tras las protestas del 25 de noviembre en Chile contra la violencia que sufren las mujeres. (elpais.com)
Problema serio y mundial, la violencia contra las mujeres nos debe preocupar y ocupar a todos. Referirlo y alertarlo debe ser tarea diaria, así como la búsqueda de soluciones a través de la indagación de sus causas.
Enrique Serna, en su extraordinaria novela “El vendedor de silencio” plantea un caso de poder y violencia contra las mujeres al cual me referiré citando algunos de sus pasajes, con el afán de colaborar, humildemente, a mantener viva la lucha que han emprendido las mujeres del mundo.
El protagonista de la novela, el periodista Carlos Denegri, recuerda con vergüenza una noche fatídica: “había llegado a casa borracho después de tres días de juerga y Milagros, su esposa, se negó a abrirle la puerta del cuarto en represalia por no haberla llamado siquiera para dar señales de vida. ¿Ah no me abres? ¡Mejor para mi, ya veré a quién me cojo!, la amenazó con una risotada. El cuarto de Angélica, la sirvienta, olía a humedad y a cloro.
La pobre tuvo escalofríos cuando se metió en su cama, rezumando alcohol y lujuria, pero sobre todo prepotencia, el despotismo de un señor feudal ejerciendo su derecho de pernada.
Espérese, señor, ¿qué le pasa? Siempre me has gustado, mi reina, ¿quieres ser mi novia? Pero usted está casado, suélteme. Ya no, mi señora y yo nos vamos a divorciar.
El manoseo y el arrimón la fueron convenciendo con más eficacia que sus palabras. Accedió sin colaborar, erizada la piel, tensos los muslos, temerosa tal vez de perder el empleo se resistía con más ahínco. Al calor de la borrachera ni cuenta se dio que la había desvirgado. Por poco le da un síncope cuando vio las sábanas ensangrentadas al clarear el alba”.
En otro pasaje, Denegri muestra más de su pensamiento misógino: “Los jóvenes de mis tiempos aceptábamos el yugo del matrimonio como un mal necesario: era una licencia para coger. Pero cuando Lorena me impuso esa condición, la espontaneidad de nuestro amor sufrió un golpe mortífero. El matrimonio de entonces se parecía demasiado a un contrato de compra-venta en el que una mujer aportaba el capital de su virginidad, a cambio de tener un proveedor para toda la vida. ¿Quién es más puta: una piruja callejera que se alquila por horas o una mujer casada que se vende a perpetuidad? En gran medida mis conflictos con mis esposas se deben a que no puedo amarlas bajo coacción. Por más acostumbrado al cabestro que pueda estar un potro, de vez en cuando suelta mordidas y coces”.
En otro lado del prisma, Natalia, la ultima de sus mujeres, al contarle las circunstancias de su divorcio, criticaba a las mujeres que soportan maltratos en el matrimonio con tal de tener una familia estable y un estatus de señoras casadas. Y comentaba: “En la sociedad mexicana existían aún fuertes prejuicios contra las divorciadas, pero la dignidad está por encima de todo. Tras la separación perdió a un buen número de amigas, que empezaron a verla como peligrosa rival en potencia”.
En el auto, mientras circulaba por avenida Insurgentes rumbo a Paseo de la Reforma, Denegri “deploró que el instinto canino de las mujeres las cegara al extremo de perder los estribos por una simple sospecha. Reaccionaban como perras porque en el fondo lo eran. Como Noemí se había meado en su territorio, Lorena tenía que gruñir y pelar los dientes. Escenas así se veían a diario en cualquier parque. Jamás cambiarían, por más que fueran a las universidades o les concedieran el derecho al voto: su problema no era cultural sino endocrino”.
Finalmente, al buscar ayuda con un psiquiatra, Denegri le confiesa: “En los últimos tres años he caído en una promiscuidad que me aleja más y más del verdadero amor. Quizá veo moros con tranchetes, pero creo que todas las mujeres ocultan una daga en el liguero. Como dice el tango, no puedo amar sin presentir y así mato en embrión cualquier sentimiento noble. Tal vez mi error ha sido salir con mujeres frívolas y estrechas de miras. Por lo general las hembras que me gustan tienen una cultura general paupérrima. Necesito una mujer bella por dentro y por fuera, si existe tal cosa sobre la tierra. Me pongo en sus manos para tratar de corregir el rumbo de mi vida. ¿O cree que ya soy un caso perdido?” (https://books.google.com/books/about/El_vendedor_de_silencio.)
Pensamientos como el de Denegri y hasta peores siguen permaneciendo en nuestras sociedades, la forma de erradicarlos debe partir desde el seno familiar hasta cada uno de los ámbitos en los que nos desarrollamos. La sociedad no es un caso perdido, está en nuestras manos corregir el rumbo: no más violencia.
José Vega Bautista
@Pepevegasicilia
Josevega@nuestrarevista.com.mx
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