DE ÁNGELES Y EPITAFIOS

Pienso en un oxímoron para titular este regalo: monumental chiquito; pequeñito gigante; grandioso chaval. No me convence ninguno. Estoy frente a la disyuntiva de seguir escribiendo o revisar si el gran librillo cabe en la bolsa de un pantalón. Acudo a mis anotaciones del libro De ángeles y epitafios y vuelvo a culpar al autor por mi sentir, porque es sumamente difícil elegir solo algunos de sus textos.

Descubro que los ángeles anidados en mi memoria están lejos de parecerse a los que Lomas nos presenta, con su peculiar destreza, ironía y sentido del humor. Son ángeles duales, malqueridos, suicidas, taciturnos en busca de perros y recuerdos, de fantasmas y besos, de frases y milagros. Comparto mi epitafio favorito. El del optimista, que, con cinco palabras, Lomas nos deja perplejos: Toquen fuerte, debo estar dormido. Los relatos poseen matices poéticos, marcados por la barbarie, el sufrimiento y la sordidez.

Esquilan al lector, lo orillan a imaginar esos ángeles que Enrique ha moldeado por décadas. Mención especial vale el prólogo escrito por el poeta Daniel Maldonado. Cumple cabalmente la misión de invitar a cautivos a adentrarse en este especial libro. ¿En qué pensaba Lomas cuando ideó estos ángeles y epitafios? Dibujos y textos conforman una unidad inseparable. El pintor intenta disfrazar con flores un dolor latente, que estalla ante el lector, con ángeles cuyas alas lleva entre sus manos.

Pero ahora, los lectores tenemos una doble persecución: la fuerte pluma de Lomas y los taladrantes dibujos de Cesáreo. Ambos talentos laguneros nos muestran que la creatividad no tiene límites. Posdata: si cabe el libro en la bolsa del pantalón. (Fragmento leído en la presentación de dicho libro en casa Mudéjar de Torreón, el viernes 29 de noviembre).

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El Heraldo de Saltillo
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