TERESA GURZA
Este 24 de noviembre se cumplieron cien años de la fundación del Partido Comunista Mexicano, sin cuyas luchas no viviríamos en democracia.
Perseguido durante décadas por los gobiernos mexicanos y relegado por Moscú, China y Cuba por sus posiciones independientes, el PCM fue factor decisivo para las libertades que hoy tenemos.
Su continua oposición al régimen de partido único; su perseverancia en buscar cambios sin violencia, participando incluso en cinco elecciones presidenciales en desiguales condiciones y en dos de ellas sin registro legal, y su constante defensa de la autonomía sindical y los derechos de los que menos tienen, lo hacen referente indispensable en la historia de nuestro país.
En él militaron los principales pintores, artistas, científicos y escritores mexicanos; y ciudadanos incorruptibles y congruentes que, por pertenecer a él, fueron encarcelados.
Con motivo del centenario, se han realizado diversos actos en toda la República; y por resolución presidencial, avalada por el Ejército y la Marina, “como reconocimiento a sus destacadas aportaciones a la sociedad”, los restos mortales del líder ferrocarrilero Valentín Campa y del principal dirigente de la izquierda mexicana, Arnoldo Martínez Verdugo, reposarán en la Rotonda de las Personas Ilustres.
Valentín fue trasladado este lunes y Arnoldo lo será el próximo 24 de mayo, fecha de su aniversario luctuoso.
Por lo pronto según me platicó su mujer, Martha Recasens, su nombre fue inscrito en letras de oro en el Congreso de Sinaloa, estado donde nació en enero de 1925.
Quiero unirme al homenaje rescatando algo de lo que escribí en mayo de 2013, cuando falleció.
Frente al desprestigio, inconsecuencia, avidez y chabacanería, que son ahora signos de la mayoría de los políticos y de todos los partidos, resalta la personalidad de ese hombre decente, discreto, inteligente y sencillo, que dirigió el PCM de 1963 a 1981 sin caer en el culto a la personalidad, a que tan proclives han sido organizaciones y dirigentes de la izquierda nacional e internacional.
Sin la contribución de Arnoldo, que además de político fue historiador y pintor, no puede entenderse la democratización de México.
Y no fue la suya, tarea fácil; tuvo que empezar por disminuir el sometimiento de los comunistas mexicanos al Partido Comunista de la Unión Soviética, PCUS.
Lo que no era poco, en una época en que con excepción tal vez del partido dominicano, los comunistas de todo el continente acataban sin chistar, los dictados soviéticos.
Más tarde encabezó la lucha porque se reconociera el derecho de los comunistas mexicanos a existir legalmente; lográndose en 1979, el registro que transformó a México en un país plural.
Impulsó la formación de la Coalición de Izquierda; cuyos votos en el Distrito Federal, fueron semilla de la que germinaron los gobiernos perredistas y los morenistas.
Pensando que lo adecuado para ampliar la influencia de la izquierda era integrar a nuevas fuerzas, se afanó por unir grupos y partidos; y su esfuerzo cristalizó, en el Partido Socialista Unificado de México, PSUM, antecedente del PRD.
Característica de su dirigencia, fue la suma y no la división; y de su forma de ser, el no sentirse caudillo y hacerse a un lado en beneficio del conjunto.
Sabía que, con la incorporación de universitarios con más bagaje académico, los antiguos dirigentes quedarían un tanto relegados.
Pero leal a sus principios, les abrió espacios desde los que pudieran aportar conocimientos que hicieran más viable y atractiva, la opción socialista; y ayudaran a fundamentar su convicción, de que la democracia debía abarcar a sacerdotes y militares, sindicatos y mujeres.
Al respecto, Arnoldo escribió “Nuestro proyecto político tiene que ir más allá de la política… Queremos promover una profunda transformación intelectual y moral de la sociedad”.
Entre las muchas imágenes que recuerdo de él, están su risueña sorpresa cuando al regresar a México del primer viaje que hizo con visa oficial a Estados Unidos para reunirse con comunistas gringos, agentes de la CIA a los que no había advertido le dijeron en la puerta del avión, “ya está usted sano y salvo en su país y nosotros nos vamos”.
Su discurso en la inauguración del local del PC en la calle de Durango, recalcando que el amor debiera tener importancia fundamental en la vida personal, de los socialistas.
Y su emoción, cuando la noche del 6 de noviembre de 1981 el último congreso del PCM aprobó su disolución y cantó por última vez en un acto público, La Internacional.
Antes de terminar quiero advertir, porque algunos lo ignoran y otros pretenden olvidarlo, que el PRD debe su registro y gran parte de sus bienes, al esfuerzo de miles de sacrificados comunistas que lucharon por sus ideales sin esperar diputaciones, puestos, poder o dinero, como es la actual tónica.
Por ellos, y por la historia del PCM, su registro legal no merece acabar como moneda de cambio, en las manos mercenarias de los chuchos.
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