Hace nueve años ocurrió un parteaguas que ha mutado las relaciones sociales en el mundo de una manera silenciosa pero contundente. Me refiero a la Primavera Árabe que demostró el peso que tiene la ciudadanía aun en estados dictatoriales.
Ojo, esta no fue la primera revolución social, pero sí la primera vez que fue impulsada a través de las redes sociales, las cuales no hacen un movimiento, pero sí lo aceleran.
Desde entonces, el juego cambió. Ya no se trata de izquierdas ni derechas, sino de una nueva lucha de clases. Las élites que controlan las instituciones del poder contra los gobernados. Los privilegios de unos pocos contra el bienestar de la mayoría. Los de arriba contra los de abajo. El sistema contra el antisistema.
Por esta razón varios países están en llamas. Las protestas recientes en Ecuador fueron detonadas por el precio de los combustibles, en Chile por el costo del transporte público, en Bolivia por el sospechoso conteo electoral, en Hong Kong por la ley de extradición a China y en Líbano porque el gobierno quería poner impuesto al uso de Whatsapp, pero esas son las puntas del iceberg. En el fondo son reflejos del hartazgo de una mayoría que vive relegada por el establishment.
¿Por qué los brasileños eligieron a un homofóbico y xenófobo como Bolsonaro? ¿Por qué los evangélicos apoyan fielmente a Trump a pesar de que su conducta personal no refleja los valores cristianos? ¿Por qué los argentinos votaron por el regreso del peronismo después de que la administración de Cristina Fernández saqueó al país a diestra y siniestra? Fácil: porque todos ellos en su momento representaron el antisistema, alguien que está de su lado en contra de los que los han hecho sentirse excluidos y afectados.
¿Y se puede ser antisistema siendo gobierno? Claro que sí. Por ejemplo, López Obrador todos los días manda mensajes sobre esa línea. “Primero los pobres”, “no somos como los de antes”, “el pueblo es bueno y sabio”, y toda aquella afirmación que le haga sentir a la gente que ya no hay una clase política privilegiada.
Es por ello que las campañas políticas más llamativas son las que tiene que ver con el empoderamiento del elector, no del político; y los gobiernos con mayor aceptación son aquellos que tienen como eje central la participación ciudadana. Antes la gente quería ir al concierto de su artista favorito, ahora quieren un karaoke para cantar ellos.
Saul Alinsky, sociólogo estadounidense, decía que el cambio deriva del poder y el poder deriva de la organización. Los levantamientos que vemos hoy en día es precisamente el reflejo de sociedades organizadas en torno a una causa: poner sus intereses por encima de los de la cúpula.
Israel Navarro es estratega político y socio del Instituto de Artes y Oficios en Comunicación Estratégica. Twitter: @navarroisrael
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