Hacernos ‘pendejos’
En los tiempos en los que en Torreón se encontraba en el punto máximo de la violencia, un par de amigos dialogaban sobre el tema en un encuentro informal, con humeantes y deliciosas tazas de café de por medio, en un céntrico hotel. Uno, comentarista deportivo de televisión, y el otro, integrante del poder judicial coahuilense.
El hombre de los deportes le preguntó al otro que con su visión desde el poder judicial qué consideraba que se tenía qué hacer, que se debía hacer, para disminuir los altos índices de violencia que durante casi un lustro mantuvieron de rodillas a los habitantes de la Comarca Lagunera.
‘Hacernos pendejos’, fue la respuesta ¿Cómo que hacernos pendejos?, inquirió el periodista. Y la explicación fue: cuando los miembros de las bandas delincuenciales llegan y masacran masivamente a jóvenes en bares, cuando ejecutaban o desmembraban a personas, a familias, aunque hubiésemos sido testigos, al momento de la indagatoria, de la investigación por parte de las autoridades, todos nos volteábamos hacia otro lado, porque no queremos meternos en problemas, decíamos no saber nada, no haber visto nada. Nos quedábamos callados y nos marchábamos enseguida.
En cambio, cuando los elementos del ejército, las fuerzas armadas, las fuerzas policiacas abatían a algún o algunos de los agresores. Ahí sí todo mundo había sido testigo, había visto la prepotencia y el abuso en el uso de la fuerza, tomaban fotos, videos y los compartían en las redes sociales, y los organismos de derechos humanos inmediatamente levantaban la voz exigiendo un implacable castigo para soldados o policías.
Por qué –proseguía en su explicación- así como nos hacemos pendejos cuando delincuentes matan a policías o a ciudadanos, para no meternos en problemas, igual hacemos cuando es a la inversa, porque pareciera que a quienes protegemos es a los delincuentes y los enemigos son los cuerpos de seguridad. También deberíamos hacernos pendejos.
Lo anterior viene a colación por las dos recientes masacres registradas en Michoacán y en Guerrero. En el primero de los casos, integrantes del Cártel Jalisco Nueva Generación –ellos mismos reivindicaron el hecho-, emboscaron y asesinaron con una violencia inusitada a 13 policías estatales michoacanos; en este caso acaso una exclamación lastimera de autoridades y sociedad-. No más. ‘Pobrecitos’, pobres de sus familias’.
En el segundo de los casos, en un enfrentamiento, militares acabaron con la vida de 14 personas, presuntos agresores a los que tuvieron qué responder igual con el poder de las armas, como las que usaban quienes los estaban atacando. Aquí sí hubo voces que se levantaron porque consideraron muy disparejo el número de víctimas: 14 agresores y un militar. Es decir, ¿es necesario que haya más muertos de uniformados para que sea creíble la versión de un enfrentamiento?
Lo ideal, lo deseable es que en este país no se registrara ni uno más de ese tipo de enfrentamientos, que no hubiera una sola más de muertes violentas como ocurre todos los días en muchas partes del país, como dijo la secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero; pero si los de enfrente no entienden que queremos abrazos, no balazos, si no respetan el decreto presidencial de las palabras mágicas de ‘fuchi’, ‘guácala’, si no les hacen caso ni a sus madrecitas ni a sus abuelitas, estarán expuestos a que los militares les respondan con la misma receta.
Y no se trata de justificar la fuerza y el abuso de policías y fuerzas armadas, sino de entender que, así como en un hecho no se registró una sola baja de los ‘malos’ y sí la muerte de 13 policías; en otro se pueden contar 14 bajas de los ‘traviesos’ y una de un militar.
Porque de pronto pareciera que queremos ser más papistas que el papa. Ante la muerte de elementos policiacos o castrenses sin hacer alto no nos merecen más que una mirada de reojo y un ‘pobrecitos’, pero ante la caída de delincuentes nos convertimos en severos defensores de los derechos humanos, en fiscales de hierro y en jueces implacables.
La pérdida de vidas humanas, en todos los casos, son lamentables, igual de delincuentes que de representantes de la ley, todas son vidas humanas y tendrán sus familias. Pero hay quienes salen a las calles, a los caminos, a las brechas con la intencionalidad de atacar y matar a personas; otros salen a trabajar, a patrullar en búsqueda de proteger la integridad de las personas, de intentar dar seguridad, paz y tranquilidad a los ciudadanos. En fin.
@JulianParraIba
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