FALDUM

Herman Hesse nos cuenta como de pura tristeza, al perder a un violinista, una persona pidió convertirse en montaña. Desearía convertirme en una montaña, tan grande como el país de Faldum y tan alta que mi cumbre se elevara por encima de las nubes, dijo el personaje.

Entonces comenzó a tronar bajo la tierra, y todo empezó a vacilar; sonó un estrepitoso entrechocar de vidrios, los espejos cayeron hecho añicos sobre el empedrado de la calle; la plaza del mercado se alzó oscilando, así como se alza un paño bajo el que duerme un gato cuando éste despierta y arquea el lomo. Un terror inmenso se adueñó del pueblo; millares de personas huyeron de la ciudad dando gritos, en dirección al campo. Aquellos, empero, que permanecieron en la plaza, vieron surgir detrás de la ciudad una montaña imponente que penetró en las nubes del atardecer. Y simultáneamente vieron que el tranquilo arroyo se metamorfoseaba en un torrente blanco y bravío que, desde lo alto de la montaña llegaba espumeando al valle, tras formar muchos saltos y cascadas.

Las montañas son un elemento frecuente en los cuentos y novelas de Hesse. Seguramente inspirado durante su infancia en la Selva Negra alemana. Me vino esto a la mente al leer dos notas relacionadas a los Alpes publicadas en días pasados en Le Monde y en El País.

En junio de 2005 uno de los parajes emblemáticos del Mont-Blanc se derrumbó. En unos cuantos segundos, 800 mil toneladas de granito se desprendieron de la montaña. Esta fue una muestra, no aislada, de lo que sucede hace años en los Alpes. El permafrost que es cimiento las montañas se derrite y las consecuencias pueden ser catastróficas.

Este año el glaciar Planpincieux en el norte italiano, se derritió a una velocidad record y seguramente se derrumbará sobre una localidad próxima. 250 mil metros cúbicos de hielo se desprendieron este verano del glaciar.

Como bien lo han señalado los millones que se han manifestado en contra de la falta de acciones en materia de cambio climático, no hay plan b, no hay otro planeta. El riesgo del cambio climático se deja ver en las costas, en los mares, en las lluvias y hoy también en las aparentemente aisladas montañas.

Termina el cuento diciendo que había transcurrido un instante y ya el país de Faldum se había convertido en una montaña gigantesca, en cuya falda yacía la ciudad; a lo lejos, en lo hondo, se divisaba el mar. Pero nadie había sufrido daño alguno.

La evidencia demuestra que tan rápido como surgió la montaña de Faldum, también se pueden derrumbar otras enormes. Cuando surgió Faldum nadie sufrió daño alguno, les puedo asegurar que cuando se derrumben las montañas o los glaciares, si los habrá y a miles.

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El Heraldo de Saltillo
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