TAMARA MEDRANO FLORES
Los guardianes de la noche: Los serenos en el Saltillo del ayer
Recorriendo las calles de Saltillo, es imposible no observar anuncios de zapateros y sastres promoviendo sus servicios, todos alguna vez hemos recurrido a estos oficios que tienen años de existencia, pero hay otros que se desempeñaron en nuestra ciudad y desaparecieron a lo largo del tiempo. La llegada de las máquinas y el avance de la ciencia y la tecnología los fueron remplazando poco a poco. En las calles del antiguo barrio de Saltillo, se escuchaba gritar al pregonero los sucesos más importantes que ocurrían en la ciudad, también se veía al aguador vender y llevar agua a todos los habitantes.
Los serenos se convirtieron en uno de los oficios más emblemáticos de Saltillo durante el siglo XIX, pues eran los encargados de mantener alumbrada a la población. El 8 de mayo de 1862 se publica el reglamento especial para el ramo de serenos en cual se aclara todas las funciones que debían cumplir. El cuerpo de serenos constaba con diez hombres y un cabo, el cual era encargado de dirigir y ver que se hiciera el trabajo adecuadamente.
Los serenos tenían como obligación recorrer la ciudad desde las diez de la noche hasta las cuatro de la mañana, manteniendo todos los días sin importar la estación del año los faroles encendidos. Con lluvia, neblina o nieve el sereno debía recorrer cada uno de los callejones, encendiendo las verdeadas para aquellos amantes o alegres sin remedio. Mantener el orden también era una función importante, pues generalmente los bailes y alguna que otra reunión pública era visitada por este personaje. Para poder ser nombrado sereno era indispensable reunir algunas cualidades como ser fuerte, tener una estatura de al menos cinco pies de altura, no ser menor de veinte años ni mayor de cuarenta, tener voz fuerte, saber leer y escribir para poder dar sus reportes diarios, no haber sido procesado por algún crimen y no tener alguna ocupación que los privara de su descanso, ya que la vigilancia nocturna era su obligación.
Al ser un personaje nocturno se encontraba con ladrones, a lo cuales les tenía que hacer frente manteniendo a la población a salvo. El sereno debía cumplir con sus deberes, pues si se le encontraba en desorden se le llevaría a la cárcel, teniendo un castigo ejemplar, ya que bajo su mandato todo debía estar en calma y tranquilidad. Todos los días a las ocho de la mañana se exponía ante el alcalde del ayuntamiento las novedades ocurridas por la noche, donde se señalaban a los infractores. Los serenos tenían la tarea de reunirse desde la mañana para derretir el sebo y cargar las candilejas. Cuando daban las diez de la noche con chuzo y farol en mano y un silbato colgado de su cadena, el sereno empezaba su largo recorrido por las calles.
En los primeros tres días de cada mes se tenían que quitar todos los faroles y cada sereno debía lavarlos perfectamente para después colocarlos en su lugar, mantener la ciudad iluminada y a salvo de algún rapaz era su principal labor. Dentro de sus reglas se tenía prohibido platicar con alguna persona, pues esto podía crear distracciones y alterar el orden de la ciudad. El sereno debía reprender a las personas que se encontraran deambulando por las calles a deshoras y no faltó aquel que se viera agredido por algún revoltoso. Los serenos no podían alegar ignorancia de sus obligaciones, pues en su cuarto se pegaba el reglamento. Además de que el cabo tenía como obligación leerlo y recordarles continuamente sus deberes. El sueldo del cabo constaba en dieciséis pesos mensuales, mientras que el de cada sereno era de dos y medio reales diarios.
El sereno es un personaje que forma parte de la cultura mexicana, en algunas versiones de las mañanitas se le hace mención, “Si el sereno de la esquina me quisiera hacer favor de apagar su linternita mientras que pasa mi amor…Ahora sí señor sereno le agradezco su favor encienda su linternita que ya ha pasado mi amor”. Con actitud atrevida y valerosa los serenos o también llamados faroleros, se encargaron de brindar seguridad a la población día tras día exponiendo su vida. La noche y farolas encendidas se convirtieron en el escenario de tragedias y algunos amores, tal como lo menciona Agustín Lara en su canción Farolito “Farolito que alumbras apenas mi calle desierta, cuántas noches me viste llorando llamar a su puerta”. Los serenos fueron guías, protectores, guardianes e incluso compañeros de duelo. La llegada de la luz eléctrica a Saltillo poco a poco dejo en el olvido tan noble oficio, pero en la memoria colectiva de sus habitantes aún se recuerda aquel grito que decía “las doce y sereno”.
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