ARIADNE H
Alejandra Pizarnik decía que agosto era un mes en el que se podía sentir el vacío. Y, utilizando de excusa esto, es de carácter casi obligatorio hablar sobre una de las poetas de más prestigio y talento, no solo en América Latina, sino en todo el mundo.
“Después va a venir Agosto y no sé qué haré, hay un vacío en Agosto, una distancia hecha de un precipicio, que necesitaré saltar o, lo mejor, cambiaré de camino.”
Esta ocasión no hablaré sobre sus poemas, que uno ya conoce, sino sobre un libro en el que los pensamientos de Pizarnik alcanzan una magnitud tan íntima que cobra fuerza con el pasar de las páginas. La poeta nos lleva de la mano por sus pensamientos: por un momento nos convertimos en los confidentes de Pizarnik. Ya no solo tenemos sus poemas, sino que poseemos un retrato más cotidiano e íntimo: sus cartas. De igual manera, somos testigos silenciosos de las respuestas de León Ostrov, el psicoanalista de Pizarnik.
Lo que vemos, como lectores, es el retrato más fiel que se pueda tener sobre los años de Pizarnik en París; nos adentramos en su vida en Francia y los trabajos que realiza.
Queridísimo León Ostrov:
Todavía me contemplo, asombrada de estar viva. Hubiera querido esperar
varios días y después escribirle una hermosa y —dentro de lo posible— poética
carta. Pero ahora no quisiera otra cosa que llorar y que usted me pregunte por
qué. La verdad es que acá me muero de miedo.
Esta es la manera en que comienza “Cartas”, un acercamiento lleno de confidencias, de un dolor del que tanto Pizarnik como Ostrov nos hacen parte. Si uno ya conoce la vida de Pizarnik: su constante melancolía, su cuadro depresivo, su fascinación por la muerte y su manera de ver el mundo, entonces ya sabrá, más o menos, lo que este libro nos dice y del dolor que implica leer las cartas. Pizarnik se suicidó a los 35 años con 50 pastillas de senocal un 25 de septiembre de 1972. En la pizarra de su habitación se alcanzaban a leer tres versos: “No quiero ir/ nada más/ que hasta el fondo”. La poeta nos legó un conjunto de grandes poemas, poemas que merecen ser recitados y leídos una y otra vez y, en esta ocasión, tenemos la oportunidad de leerla de una manera distinta a través de la confidencialidad de sus cartas. Leerla, es y será, un acto digno de repetir, de saborear cada palabra escrita.
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