POR TAMARA MEDRANO FLORES
Alberto del Canto, fundador de Saltillo
Todos creemos que mantener la historia viva es un trabajo difícil, pero eso es totalmente falso. Al recorrer las calles de nuestra ciudad no podemos evitar recordar nuestras caminatas en la Alameda, como corríamos detrás de las palomas en plaza de armas o las visitas al museo de las aves. Cada rincón cuenta los momentos que nuestros antepasados vivieron. La historia que como municipio hemos creado se ha forjado de hombres y mujeres valientes que convirtieron su existencia en algo extraordinario.
Un Quijote en tierra de hombres: La vida de Alberto del Canto
Al hablar de don Alonso Quijano, el Quijote, nos viene a la mente un personaje literario, soñador, un poco loco, pero con un espíritu valeroso. Un hombre armado, que cabalgando en su caballo bautizado como “Rocinante” realiza viajes llenos de hazañas, poniendo en peligro su propia vida. Este tipo de caballeros existieron, pero además de andar a caballo, viajaban en barcos buscando nuevos horizontes. El inicio de muchas ciudades, incluyendo Saltillo, empieza con este tipo de personas, hombres que arribaron y poblaron tierras extranjeras
Para hablar de la historia de Saltillo es imprescindible conocer la figura de Alberto Canto, nombre que podemos ver en escuelas, en calles y en los libros que pertenecen a nuestro acervo histórico. Por desgracia no podemos dar un perfil de este personaje, debido a que no se conserva ningún retrato suyo. Existe una estatua en el barrio antiguo de Monterrey que nos muestra un personaje con una gran presencia, lo cual no es del todo erróneo ya que existen testimonios que lo llaman valiente, temerario, bravucón e incluso malvado. Podemos decir que fue un aventurero por salir de Portugal para conquistar nuevas tierras. Tierras con grandes expectativas, pues el oro era el principal motor de estas conquistas.
Fueron los mares de Portugal en 1547 los que vieron nacer a una persona tan enigmática como Alberto del Canto, específicamente las islas de los Azores. Hijo de Sebastián Martín Do Canto y de María Díaz Viera, que con tan sólo quince años de edad se embarcó en la búsqueda de un nuevo destino. Hombre que con gran coraje y perseverancia caminó por las llanuras y sierras que formaban parte del norte de nuestro territorio. Sin agua, sin alimento y con un pequeño toque de suerte llega a lo que actualmente es nuestra ciudad, la cual contaba con suelos fértiles y gran vegetación apta para establecer una sociedad; razón por la cual fundó aproximadamente en el año de 1577 (otros dicen que fue antes) la Villa de Santiago del Saltillo. Se nombró así por el apóstol Santiago y por un pequeño salto de agua –el ojo de agua, como lo conocemos aún hoy- que se convirtió en el principal sustento de haciendas y huertos.
Alberto del Canto fue bautizado en la parroquia de Santa Lucía, en su pueblo natal, por ello puso por nombre a lo que luego sería Monterrey Ojos de Santa Lucía. Esto tiene dos sentidos: Santa Lucía fue una mártir del primer siglo que se quedó sin ojos al ser torturada por su fe cristiana; el valle de Monterrey estaba lleno de ojos de agua. Él llegó procedente de Mazapil con el encargo de fundar una villa diocesana (Saltillo) y dos sufragáneas (Monterrey y Monclova) como ordenaba la ley. Fundó Saltillo con dieciséis colegas que lo acompañaban: había portugueses, vascongados y extremeños a los cuales les repartió tierra y agua. Esas familias crearon Saltillo y tuvieron que trabajar para adaptar ese inmenso valle e introducir la agricultura y la ganadería. El clima y agua que se encontraba eran adecuados para el cultivo de trigo, grano que se consideraba valioso y que se convirtió en la principal fuente de riqueza de la villa. El inicio de nuestra ciudad es el esfuerzo de hombres y mujeres que empezaron de cero, que trataron de sobrevivir y se propusieron una permanencia definitiva, creando sociedades, comercio y una nueva cultura. Posteriormente, Del Canto, fundó Monterrey y Monclova, primero, y Parras después. Ésta llevó el nombre de Valle de Pirineos y dependía de la Alcaldía de Saltillo.
Alberto del Canto fue acusado de la captura y venta de indios bárbaros los cuales terminaban trabajando en minas o en servicio doméstico, acto que estaba prohibido en toda Nueva España. En 1579 se ordena al gobernador de la Nueva Vizcaya que castigue al capitán Alberto del Canto por haber prendido, esclavizado y vendido indios que estaban ya pacificados, a lo cual se hace caso omiso.
Alberto del Canto forma parte del imaginario de la sociedad saltillense, un personaje que contra todo pronóstico llega a nuevas tierras y funda nuestra ciudad. A la edad de 64 años, en 1611, falleció en su Hacienda de Buenavista, lugar cercano a Saltillo. Murió teniendo grandes logros y formando el inicio de una sociedad de la cual formamos parte.
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