Llamas en Amazonas
Existen muchas creencias sobre la selva amazónica, varias de ellas nacidas de mitos y leyendas. Historias que se han desarrollado más por los fuereños que por los mismos nativos. En muchas de esas leyendas se dibuja a la amazonia como un país, en otras como una región en donde ocurren sucesos misteriosos, tenebrosos, escalofriantes, como aquellas que cuentan que existen tribus que hacen el cráneo chiquito a las personas que pisan su territorio, o las que aseguran que los caníbales tienen festines de carne humana – misioneros de preferencia-, aunque no le hacen el feo a los güeros franceses y famélicos ingleses que borden sus fronteras.
Otra leyenda es la de ver en esta belleza natural a un patrimonio interminable, indestructible, capaz de regenerarse solo; una riqueza infinita que sirve igual para los piratas, soñadores, finqueros, patrones que están ahí para tomar toda su abundancia al costo que sea: un tesoro reservado sólo para unos cuantos. Mientras, los ecologistas y nativos ven al Amazonas con otros ojos, contrario al propio beneficio, lo ven como lo que es: un pulmón de la tierra, una zona que está en franca enfermedad epidémica por las atrocidades del hombre; la ven como una madre débil, triste, vejada y sin las fuerzas necesarias para dar el oxígeno que requerimos a todos los seres vivos en la tierra… tristemente, la terrible situación de esta importante belleza se vislumbraba desde antes que comenzaran los incendios que hoy la aquejan.
La amazonia toce. El humo le obstruye su función principal que es producir oxígeno. El agua hierve. Todo lo que hace cantar a los pájaros, bailar a los peces, reptar a las enormes anacondas, saltar a los delfines rosados… todo lo que permite que los majestuosos jaguares se paseen por esa selva espesa, que las mariposas pinten el cielo de colores, que las águilas de hasta dos metros de envergadura surquen las nubes, todo eso está muriendo.
La vida que transita entre hierbas y pastos y lodo y agua, las plantas que crecen sobre la humedad, los pocos seres humanos que se refugian bajo su cobijo, los riachuelos alegres de buen corazón, la oscuridad interminable que envuelve el espíritu… a todo eso le prendieron fuego con la pobre mentalidad de cambiar el uso de suelo.
¡Fuego! ¡Fuego! Sonó alerta pero sólo unos pocos han acudido a su extinción. Este fuego tiene magnitudes inconmensurables y avanza a razón de 11. 5 hectáreas por día. Para hacerlo más comprensible los enterados apelan a analogías más mundanas: avanza a dos canchas y medias de futbol por minuto. Ni el propio Pascal hubiera acertado con tanta precisión.
Lo cierto es que presenciamos una quemazón del tamaño del mundo, y lo digo así porque dadas las dimensiones de este incendio, como bien lo supone usted estimado lector, tiene implicaciones para el mundo entero, como generar un cambio climático de dimensiones desconocidas y alarmantes: menos lluvia, menos agua, vientos más fuertes, erosión, asentamientos de terreno y, lo más preocupante: la pérdida inexorable de especies endémicas por la ruptura de ecosistemas.
No es cosa menor pensar en un futuro a corto plazo, el fantasma de zonas desérticas o la desaparición de animales acuáticos, terrestres y voladores de una vez por todas.
“La Amazonia se incendia a una velocidad récord. En este contexto, organizaciones y activistas responsabilizan por la situación al presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, quien insiste en que los incendios son provocados por las ONG’s para tratar de perjudicarlo”. Así las noticias, que mientras averiguan la verdad están dejando pasar tiempo vital para apagarlo. Llegó la hora de preguntarnos: ¿qué es más importante: la extinción del incendio o los turbios manejos políticos y económicos de este desastre?
Nada parece aligerar el desastre con buenas acciones, todo el cochino dinero y el poder dan al traste a esta naturaleza bella que está en peligro terminal.
Hace más de 30 años mataron a Chico Méndez y Maná, el grupo musical originario de Jalisco, le dedicó la canción “Cuando los ángeles lloran”, que entre otras cosas nos recuerda que él “era un defensor y un ángel de toda la Amazonia, él murió a sangre fría, lo sabía Collor de Mello y también la policía… cuando el asesino huía, Chico Méndez se moría, la selva se ahogaba en llanto… cuando los ángeles lloran, es por cada árbol que muere, cada estrella que se apaga”.
Creo, estimado lector, que es momento de reflexionar sobre las cosas realmente importantes, ¿no le parece?
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