EL MESÓN DE SAN ANTONIO

La moneda en tres actos

ACTO PRIMERO

El pasado 6 de agosto, mientras los saltillenses festejábamos al Santo Cristo de la Capilla, tres jóvenes entraron a la Casa de la Moneda en la Ciudad de México a las 9:35 de la mañana y diez minutos más tarde, salieron tranquilamente con un botín valuado en más de 50 millones de pesos.

Sin gritos, sin capuchas, bien armados. Los asaltantes llegaron al edificio de Paseo de la Reforma 295 equina con Río Sena, sometieron al guardia de seguridad y a cinco empleados más, y se dirigieron directamente a la bóveda que, casualmente, estaba abierta. De ahí sustrajeron con fría precisión 1,567 centenarios y varios relojes de colección. Y se fueron.

Así de astuto, así de absurdo. Más de 50 millones de pesos se esfumaron en menos de diez minutos, mucho menos de lo que tardo en decidirme por un platillo del menú.

La difusión de los videos de las cámaras de vigilancia permitieron la pronta identificación de los delincuentes, quienes para sorpresa de muchos –incluido su servidor- fueron delatados por sus propios familiares, así que la policía no tardará en encontrarlos.

Ojalá que así de importante fuera la vida de las personas, porque en una ciudad con altísimos índices de feminicidios y secuestros, vale mucho más un centenario que la propia existencia.

 

ACTO SEGUNDO

Lo anunciaron con bombo y platillo durante más de una semana en las conferencias mañaneras. El presidente de México estaba seguro que con la venta de la mansión del empresario chino-mexicano Zhenli Ye Gon -sí estimado lector, el de aquella máxima de “copelas o cuello”- recaudarían 1.5 millones de dólares… pero no fue así. La puja apenas llegó a 102 millones de pesos, que desembolsó el empresario regio Carlos Bremer.

Y no fue el único valor que decepcionó: la venta de los 25 inmuebles que se llevaron a subasta el domingo, fue mucho menor de lo que esperaba el Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado -nombre que aún me causa un poco de escepticismo-.

Lo recaudado de estos bienes, que estaban en poder de la Fiscalía General de la República, serán destinados a las becas prometidas por AMLO a los 544 atletas mexicanos que participaron en los Juegos Panamericanos de Lima 2019.

Lo prometido fue: 20 mil pesos mensuales para todos los medallistas y sus entrenadores; 40 mil pesos por cada medalla de oro (fueron 37 en total), 35 mil pesos por cada plata (36) y 25 mil pesos por cada medalla de bronce, que sumaron 63.

Y es que, el papel de los mexicanos en Lima fue histórico, México nunca había conseguido el tercer lugar en el medallero internacional en una competencia fuera del país.

Eso es digno de celebrarse, aunque algo me dice que “ya sabes quién” no está muy contento de desembolsar tanto dinero para una apuesta que, desde antes, no quería jugar.

 

TERCER ACTO

Las monedas emergentes iniciaron mal la semana. Los conflictos entre el poderoso dólar norteamericano y el impredecible yuan chino provocaron una estrepitosa caída en Wall Street que sacudió a Latinoamérica y repercutió hasta en Europa. Ha sido la peor jornada del año.

Según entiendo, China permitió que su moneda, el yuan, cayera a siete unidades por dólar -cosa que no pasaba en diez años-, lo que Trump tomó como una amenaza que lo haría desatar una guerra de divisas. Y es que, al dejar que el yuan se “devalúe”, los chinos esperan que los inversores retiren su dinero del mercado provocando desastres en la economía de todos los países, desde la fuerte Alemania, el estable euro y “la morralla” latinoamericana.

Un dólar fuerte hace difícil que los grandes fabricantes norteamericanos puedan competir en igualdad de condiciones con el resto del mundo. De esta manera, Trump agarró la única arma que lo dejan usar, el Twitter, para acusar a China de “manipular su moneda”.

Por mientras, nuestra querida moneda se tambalea ante este panorama adverso.

No sé usted, estimado lector, pero yo a veces me siento como en una montaña rusa, con subidas y bajadas estrepitosas que me hacen preguntar: ¿en qué momento nos subimos a este juego que parece no terminar nunca?

Autor

Alfonso Vazquez Sotelo