Una renuncia siempre es un momento crítico, si la renuncia es inducida evidencia una mala toma de decisión pasada, si la renuncia es sugerida muestra una mala decisión presente, pero si la renuncia es sorpresiva muestra malas decisiones futuras.
Gilberto Valenzuela Galindo renunció a la secretaría de gobernación el 25 de agosto de 1925, siendo presidente Plutarco Elías Calles. En su carta de renuncia escribió: “Hay dos razones por las que se da una renuncia: cuando el superior le pierde confianza al subalterno, y cuando el subalterno le pierde la confianza al superior…”
La confianza es un ambiente que se construye y destruye mediante acciones, es acostumbrado pensar que la confianza se edifica por hacer o no hacer algo, lo cierto es que es resultado de muchas acciones, episodios y acciones que contribuyen a un escenario que conduzca nuestros comportamientos con seguridad y dirección.
Los mercados se han mostrado cautos y no han entrado en pánico ante un anuncio que parecía ser catastrófico para un régimen sostenido económicamente con algo más que alfileres. El peso continúa apreciándose y mostrando una buena racha, la bolsa de valores, aunque se debilitó en una caída fue contenida tras el anuncio, no mostró la zozobra de unos mercados atentos a los errores, parece que nuevamente han dado un voto de confianza a un nuevo secretario, joven y con algunos antecedentes que, aunque son de congruencia parecieran también imponer cierto freno a decisiones erráticas, al menos en el modelo económico actual.
Pero la duda se mantiene, sobre la imposición de funcionarios sin el conocimiento de la hacienda pública, esta lapidaria frase, que concluye la carta de agradecimiento por el encargo y la gestión del exsecretario Carlos Urzúa. Una carta que expresa un mensaje que en cualquier otro régimen hubiera sido catastrófico y nuevamente puso a prueba un bono popular que trasciende electores, pues parece, por el comportamiento económico, que los capitales también lo reconocieron.
Habrá que construir nuevamente un ambiente de confianza en tan sensible sector. Parece que, a la fecha, las políticas de austeridad y de control presupuestal han pesado más que las inversiones, al menos para los mercados, pero la esperanza mueve los créditos no los flujos. El capital no tiene emociones, solo tiene ambiciones y su interés reside en su propia capacidad de desarrollo.
El presidente debe cuidar bien su discurso, debe influir en la confianza y también en el aseguramiento de decisiones responsables, en un entorno donde los aplausos no vienen de un sector reflexivo o pensante, que son ellos a quienes se les ha conferido ver el futuro. La carta empieza a olvidarse y las decisiones erráticas nuevamente se cubren de la esperanza que ahora si solucione nuestras dolencias, la imposición de funcionarios sin conocimientos se deja al pasado, pues importan los principios y que bueno que así sea, pero ¿qué principio de honestidad permitiría aceptar un encargo que se desconoce?
Yo soy Héctor Gil Müller y estoy a tus órdenes.
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