¿Hay diferencia entre la vejez y la ancianidad?
La ronda de las décadas tiene grandes barruntos que deberíamos observar, pero nos pasan desapercibidos sin que podamos reconstruir en esas anclas que nos hacen distintos y diferentes.
Claro que no es cosa de edad solamente, como dice Isabel Allende en su libro «El amante japonés”, sino de salud mental y física. Cierto que siempre debemos tener algo que nos haga vivir independiente. En todo momento, los viejos débiles, achacosos y los ancianos en general necesitan asistencia y vigilancia. Los ancianos día a día llegan a ser como niños sentimentales, sin miedo al ridículo, con tendencia a los recuerdos de sus vidas. Todos las tienen y muchos las inventan como pavorreales que cuidan sus últimas plumas hermosas y deslumbrantes.
Como ellos se acuerdan a retazos de sus vidas, nos tienen expectantes a que salten los gatos de tejado en tejado y le canten a la luna, queriendo estar detrás de ella.
Los ancianos no piensan en la vejez, sólo piensan en el final; se preocupan de los retazos de tela que pusieron como cortinas y quisieran tener un estómago fuerte o piernas ligeras para hacer lo mejor de las cosas.
Por más que quieran, los viejos y ancianos no son hipócritas, se malhumoran porque los jóvenes cambian de lugar el orden de su poca existencia, y además sienten una especie de compasión mentirosa que les trata de acomodar el confort.
Ellos platican mucho, llaman a las sombras que se quedaron con atraso, desfasadas. Las regañan para que se alineen como lo hacían en los contingentes en la escuela, al compás de tambores tensos y corazones orgullosos palpitantes.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española define el envejecimiento como causa y efecto de envejecer, y la vejez la define como: «cualidad de viejo”, «edad senil, senectud”. Infortunadamente, la notoria confusión entre los términos hace aun indefinibles políticas públicas para su atención.
Debemos entender que ese proceso comienza con el nacimiento, nadie nace viejo o envejecido. Lamentablemente en nuestro país pocas son las políticas que atiendan esta etapa. Médicos especialistas, son pocos; casas de atención especializada, pocas; personal de apoyo, enfermeros, enfermeras, cuidadores, cuidadoras escasas y sin buena capacitación. Este es el panorama que campea.
¿A los ancianos qué les cura sus males? ¿Qué hacer?
En 2030 México tendrá 20.4 millones de adultos mayores.
Este pronóstico contempla una transición demográfica, caracterizada por la reducción de la fecundidad y la mortalidad. Tal disminución ha provocado cambios importantes en la estructura social debido a que la esperanza de vida ha aumentado. Ahora los mexicanos seremos una población de más viejos.
Se comenta que estamos ajustando criterios sociales al respecto, sin embargo las pensiones se reducen. Se dice, oficialmente, que los salarios se calcularon con una esperanza de vida tal, y ahora ésta ha aumentado. Algo hay de razón, pero no toda; le metieron mano a los ahorros de estos fondos y en su mayoría están quebrados, incapaces de ofrecer una vejez y ancianidad con elementos de atención suficientes. Se les fue la mano hasta el fondo en la caja.
Los medicamentos hoy en las farmacias oficiales, sindicales, están desaparecidos, y este doble truco de la desaparición sólo beneficia a los corruptos y a las farmacéuticas que obtienen doble ganancia en los medicamentos.
Pobres de los viejos y ancianos que no pueden comprar medicamentos por vía privada y con esto se forma un círculo vicioso tan errático como contumaz. Es la desesperación en su figura más atroz.
¿Cuándo se pondrá remedio a estas circunstancias?
Pareciera que sólo estamos en la espera de que estos ancianos remilgosos, achacosos, macilentos, lentos efectivamente, mueran, aunque su buen humor aún persista. Yo creo que los ancianos deben protestar todos los días, no sólo por su derecho a vivir su corto tiempo, sino de ser capaces de trascender con su protesta. Nosotros debemos ser conscientes que, juntos todos ellos, tienen más edad histórica y numérica que todas las instituciones de salud y que los corruptos malnacidos.
También deberíamos plantar un árbol, aunque ya no lo vean, que creciera tan grande en cada pueblo para que en el todos se abracen como protesta y sentido de reconciliación con la humanidad.
Para el anciano, la esperanza es breve, sólo cantan para sí mismos; la poca cara que les queda en su alma, tiene asombro aún; sus ojos brillan con pequeños destellos, en huecos tan profundos como la noche eterna. Comienza entonces el canto del despido, los pulmones agobiados, dan la última bocanada de esperanza.
Acompañemos a estos viejos y ancianos en sus avatares; después sembremos una flor grande y amarilla como una hortensia que alegre el día. ¿Usted qué piensa estimado lector?
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