AMLO decodificado
“…amo a mi patria más que a mi alma…” Carta de Nicolás Maquiavelo a Francisco Vettori, 1527
Andrés Manuel López Obrador sabe que en la concepción conservadora de la oposición y de sus detractores, su alma está condenada a sufrir en el infierno.
No le perturba, y al igual que al inevitable Nicolás Maquiavelo, parece agradarle enterarse que su alma acompañará en el inframundo a los grandes estadistas de la historia para escucharles hablar de las transformaciones que impulsaron en sus naciones a pesar de que en el proceso fueron señalados como intolerantes o autoritarios, antes que pasar una eternidad en el Edén en estado de aburrimiento, escuchando las afligidas anécdotas de los “santos”, “demócratas”, “puros”, “ideólogos” y “bienaventurados” que hablan de su escrupuloso respeto a principios supuestamente morales y democráticos, de su tolerancia “hasta excesos criticados” o de su capacidad de diálogo, pero que en esas fábulas esconden verdaderas historias de fracaso, decepción y arrepentimiento.
En las entrañas de Morena, se concibe al de López Obrador como un gobierno de destino, inevitable. Hay algo de cierto, ya que dadas las circunstancias de corrupción e inseguridad en las que la pasada administración dejó al país, pienso que los electores no tenían otra opción que sufragar por la opción transformadora, por aquella que ofreciera resarcir y castigar los daños acumulados tras varios sexenios.
Se presenta, por lo tanto, un extraño fenómeno en la forma que el Presidente conduce su gobierno, situación que mi entender le ha traído una serie de problemas y circunstancias controvertidas en los primeros seis meses de su gestión. Aunque también creo que dichos problemas no le quitan el sueño y que está dispuesto a sacrificar su trascendencia como un hombre bueno, piadoso y conciliador a cambio de alcanzar la gloria del movimiento, no importando que algunas de las formas o métodos utilizados sean un tanto incompatibles con la cultura democrática y el respeto a las instituciones, bajo el argumento de arrebatar el poder a los “malos” o a la “mafia del poder”.
Por ejemplo, pensemos en los siguientes juicios: ¿qué importancia tiene que algunos murmuren sobre un posible rasgo autoritario de López Obrador, si logró lo importante: imponer en la Comisión Reguladora de Energía y en la Suprema Corte de Justicia a figuras cercanas que comulgan sin restricciones con su movimiento? ¿A quién le incumbe que se hayan perdido miles de millones de pesos o se afecte la competitividad del país con la cancelación del NAIM, si con ello cumplió una promesa de campaña y además mandó una señal de fuerza superior a los grandes intereses económicos de este país? ¿Qué tan significativas podrían ser las críticas recibidas por filtrar “estratégicamente” una lista de contratos otorgados por la administración pasada a periodistas, cuando al hacerlo consiguió diezmar la credibilidad y el número de lectores de las plumas que hoy se revelan como fustigadoras del régimen? ¿Hasta dónde podrían llegar las suposiciones en contra del Presidente al liberarse órdenes de aprehensión en contra de Alonso Ancira y Emilio Lozoya en fechas tan cercanas a las próximas elecciones locales, cuando en realidad lo que importa para el proyecto de la Cuarta Transformación es asegurar que Morena triunfe, principalmente, en las próximas elecciones de Puebla y Baja California?
Hay dos verdades en todo esto. Primero, pocos podrían dudar que Morena y López Obrador representaban en aquel momento electoral de 2018 la opción más reformista y progresista. Situación que le ha obsequiado un amplísimo margen de acción en el ejercicio de gobierno. La legitimidad para hacer y deshacer está garantizada en la copiosa votación que obtuvo el partido y el candidato.
Sin embargo, hay quienes piensan que el poder te permite fijar el rumbo, pero no te otorga el derecho de acotar libertades e imponer los medios para alcanzar los objetivos.
Es decir, la segunda verdad es contundente: Andrés Manuel López Obrador es la única opción reformista, pero nadie voto por su proyecto para que gobierne como gobernaba el PRI en sus “gloriosos” tiempos.
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