Para Dominique Walton la comunicación política “es el espacio en que se intercambian los discursos contradictorios de los tres actores que tienen legitimidad para expresarse públicamente sobre política: los políticos, los periodistas y la opinión pública a través de sondeos.” (Walton, La comunicación política: construcción de un modelo 1995)
En México, el presidente Andrés Manuel López Obrador ha optado por un modelo de comunicación encabezado por él en una exposición diaria. Para el analista Ernesto Nuñez, «el fenómeno es inédito y disruptivo. En 79 días de gobierno, Andrés Manuel López Obrador ha dado ya 55 conferencias de prensa, en las que le han hecho mil 61 preguntas.»
En total, ha dedicado 71 horas y 53 minutos a hablar frente a medio centenar de reporteros y más de cien mil personas que, según sus propias estimaciones, se conectan diariamente para verlo en Twitter o Facebook.
Su conferencia mañanera determina la agenda pública, fija los temas de conversación en redes sociales y construye un relato cotidiano de la Cuarta Transformación. La comparecencia diaria del Presidente rompe la dinámica de trabajo de los medios, poniendo contra las cuerdas a reporteros, editores y jefes de redacción. AMLO provoca que los diarios matutinos parezcan viejos a las 7 de la mañana, desbarata guiones y escaletas en los noticieros radiofónicos, y vuelve irrelevantes los telediarios matutinos, salvo que éstos transmitan en vivo desde Palacio.
Más de la mitad de las notas que se leen en la sección política de la prensa diaria se derivan de la mañanera del día anterior, o tienen que ver indirectamente con ella. El problema es que cuando uno lee esos diarios, Andrés Manuel ya está hablando de otra cosa. El ritual se repite de lunes a viernes, a las 7 de la mañana: el Presidente aparece en el salón Tesorería del Palacio Nacional, normalmente relajado y sonriente, acompañado de uno o varios funcionarios de su administración.
En palabras de Manuel Castells (“Comunicación y poder”, 2012), AMLO construye a diario un relato persuasivo para afianzar su poder y acorralar a sus contrapoderes. Por eso, en las mañaneras hay buenos y malos, aliados y opositores, neoliberales y progresistas, machuchones y gente del pueblo. Una lógica en la que los antagonistas oponen y resisten, pero también sostienen». (Aristegui Noticias)
Por otro lado, Roy Campos ha señalado que la estrategia de López Obrador, «su comunicación diaria, con un estilo coloquial lleno de refranes, dichos y palabras populares, siempre contienen dos elementos centrales:
- Nos recuerda que el monstruo sigue ahí, que no ha sido vencido y que para vencerlo se requerirá tiempo y sacrificios de todos; pide tener paciencia pero mostrando y recordando los niveles de corrupción de los gobiernos anteriores, englobándolos a todos en uno solo.
- Habla siempre de los programas sociales que vienen, de su objetivo y de su razón de ser, de la justicia social que los valida y de la forma en que se implemetarán para evitar la corrupción.
En otras palabras, de manera nada sutil nos recuerda varias veces al día sobre todo la razón por la que su movimiento ganó y nos dice lo que va a lograr, esto es claramente una continuación de su campaña electoral, y al hacerlo de manera tan intensa, es una forma de mantener el Movimiento.
La popularidad de López Obrador se mantiene y ha crecido por su habilidad de mantener el movimiento que lo llevó al poder, no por sus promesas, no por hablar diario, no por sus programas sociales, es la conjunción de todo lo que lo sigue mostrando como un líder en movimiento, lo hace muy bien». (El Economista)
Ruben Aguilar afirma que la comunicación gubernamental se sustenta en el derecho a la información que tienen los ciudadanos y en la obligación que tiene el gobierno de rendir cuentas. Lo que garantiza que el derecho a la información no sea un ejercicio estéril y vacío es que la información pública sea amplia significativa y accesible a los ciudadanos. (Etcétera 87).
Lopez Obrador ha ido más allá, ha hecho de su política de comunicación una estrategia para reafirmar día a día su legitimidad, es decir, para ratificar el reconocimiento por parte de la población de que él es el idóneo titular del poder ejecutivo y en el que confían para ejercerlo.
José Vega Bautista
josevega@nuestrarevista.com.mx
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