Menos cómica que el filme de 2014, con mucha referencia al cine de consumo, esta secuela es una clara demostración de cómo funcionan los códigos posmodernistas que suelen tener estas piezas que, en apariencias, van dirigidas a los niños, cuando de verdad apelan a la cinefilia, a la trivia y a las emociones que han sido capaces de guardar los adultos. Funciona, sí. Pero con piloto automático.
El estreno de “La gran aventura Lego” (2014) fue un éxito instantáneo porque, de manera prodigiosa, se combinaban las claves propias del sistema de vida estadounidense con una cuota brutal de cinismo y parodia. Los responsables de esa cinta, Phil Lord y Christopher Miller, no se embarcaron en esta secuela en la dirección y solo participaron como guionistas y productores, cediendo el mando a Mike Mitchell (Shrek para siempre; Trolls) y Trisha Gum. La causa era entendible: Lucasfilm y Disney los ficharon para que dirigieran “Han Solo”, el spin-off de Star Wars, a pesar de que después fueron despedidos de la aventura galáctica.
En esta secuela, el protagonista de Emmet, el muñequito Lego constructor, bueno como el pan e incapaz de sentir rabia, salta al espacio exterior para recuperar a su adorada Lucy y el resto de los personajes (Batman incluido), quienes se encuentran en peligro en un extraño lugar dominado por una reina que se transforma en cualquier cosa cada segundo.
El filme parte cinco años después de la primera entrega, mostrando que todo el mundo Lego se ha convertido en un mundo postapocalíptico, semejante al ambiente de “Mad Max”, luego que llegaran unos extraños seres espaciales con voces de bebé dispuestos a invadir. Producto de ese combate, se llevan a cinco muñequitos y Emmet se ve impelido a ir en su rescate.
Este tema es el eje del relato, porque Emmet no tiene pasta para ser héroes, muy por el contrario, es solo un niño/adolescente que no quiere o no puede madurar, razón por la cual nadie se considera su amigo, con la única excepción de Lucy.
Los personajes deberán viajar a mundos desconocidos, llegando a una insólita galaxia donde todo lo que acontece es como si fuese un musical, lo que pondrá a prueba la valentía, creatividad y habilidades de Maestros Constructores de cada una de las figuritas Lego.
Este filme es una especia de recordatorio para los cinéfilos, con bromas explícitas y otras casi subliminales, con referencias jocosas a la eterna pugna entre la DC Comics con su rival Marvel, a los personajes de la Liga de la Justicia, chistes con Bruce Willis y los parlamentos hilarantes de Batman.
A pesar de todo esto, algo se ha perdido en esta secuela y es la espontaneidad. Porque ahora se evidencia el esfuerzo de los guionistas para lograr momentos y réplicas ingeniosas, lo que en el filme de 2014 surgía de modo natural, como si todo se tratase de un entretenimiento sin fin.
De este modo pesa en el aire eso de que (salvo muy pocas excepciones honrosas) nunca segundas partes son buenas.
Porque pese a toda la simpatía de los personajes, acá predomina el esfuerzo para que los espectadores no comparen a cada instante esta secuela con la inolvidable de 2014, que era un vehículo fílmico realmente potente para trabajar con ideas como la amistad, el amor, la necesidad evidente de unirse para lograr llegar a una meta, aunando esfuerzos, evitando las individualidades.
Lo que sí destaca en esta secuela son los breves sucesos que ocurren en “el mundo real”, que tiene como protagónicos a dos hermanos los que, sin saber, son los que arman o desarman el universo que viven las figuritas Lego.
En el subterráneo de este filme, subyace una lectura interesante acerca del tremendo amor que sienten los guionistas por la cultura pop y todo aquello que se conoce como metalenguaje, esto es, de cómo el propio cine puede homenajear, referir o burlarse de los códigos creados y recreados por el cine mismo.
Pese a la pérdida de frescura, este filme dirigido por Mike Mitchell y Trisha Gum, la historia se deja ver con encanto porque la original de 2014 fue tan poderosa que sembró muy bien lo que ahora cosecha “La gran aventura Lego 2”.
Es cierto, en ésta todo funciona, emociona y entretiene, pero a ratos con piloto automático.
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