VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ
Seis desconocidos se encuentran en una habitación en la que deberán usar de toda su astucia si quieren seguir con vida. Con el mismo esquema de “El Juego del Miedo”, aunque más sofisticado, es la preparación para una saga que -era que no- vuelve a demostrar que en Hollywood abundan los efectos especiales digitales, pero escasean de ideas creativas y novedosas.
El esquema argumental es simple: seis desconocidos reciben un misterioso paquete. En su interior, se encuentra un cubo negro que contiene una invitación: la promesa segura de dar al propietario una oportunidad para alejarse de la rutina que ellos están viviendo y ganar diez mil dólares.
A partir de esto, cada uno de los seis llega al edificio en donde se les explica que cada uno deberá competir en un juego denominado “escape room”, una especie de vive-o-muere y pronto, se irán dando cuenta que el cerebro detrás de este asunto macabro conoce al detalle cada uno de los mayores temores que ellos ocultan y si desean sobrevivir tendrán que enfrentarlos, pasando de una sala a otra, ambientes en que se les somete a pruebas escalofriantes, debiendo cumplir con un tiempo determinado.
Si esto le recuerda a “El juego del miedo” (Saw) no es casualidad, porque se trata del mismo esquema argumental, de la misma propuesta de reunir en un espacio cerrado a un grupo de desconocidos para enfrentarlos entre sí, teniendo que sortear pruebas grotescas y casi imposibles de realizar. La gran diferencia entre ese filme y “Escape Room: Sin Salida” es que acá hay mayor elegancia, menos sangre y elementos para provocar el asco de los espectadores y una cierta sutileza para planificar cada una de las pruebas que deben asumir.
Dirigida por Adam Robitel (2019), está planificada para convertirse en una saga, lo que queda clarísimo en el final, donde a nadie le cabe duda alguna que el show continuará. Es de esperar que las próximas entregas mantengan este cierto estilo y no se convierta en una demostración del “gore” que tanto gustan de explotar los estadounidenses en estas películas destinadas a satisfacer principalmente las demandas de espectadores jóvenes.
Si bien se trata de un buen filme de suspenso, se va debilitando especialmente hacia el final, sobre todo por lo predecible de los acontecimientos, lo que resulta más de lo mismo que hemos visto en muchísimas otras películas de personas encerradas en un espacio claustrofóbico, obligadas a la fuerza a convivir y apoyarse para seguir adelante con las pruebas que se les propone (¿se acuerda usted de “La Cabaña”?).
Donde el filme sí destaca es en el diseño de los escenarios: cada uno de los cuartos resulta sencillamente espectacular, por las tonalidades, los elementos que se emplean y por la manera en que cada uno de ellos contribuye a generar inquietud creciente, sobresaliendo claramente el cuarto de hielo y aquél que representa una sala de billar al revés, con un empleo del color y del espacio que son notables.
Esta preocupación por el estilo visual, por el diseño de los escenarios evidencia un buen gusto y una preparación de los espacios que se agradece, sobre todo porque cada uno de ellos tiene una función dramática específica en el desarrollo de la trama.
Lo que molesta es que si bien parte con una premisa inquietante, se torna previsible y exagerada en su deseo de abrir la puerta para una franquicia, dejando por lo mismo muchas preguntas sin responder y parezca en extremo forzado el final.
Resumiendo, se trata de una película ideal para el verano, destinada a un segmento de espectadores que disfrutan con estas propuestas donde lo que menos interesa es la lógica (imposible) y sí el proceso de ver quién de los desconocidos logrará salir con vida de ese infierno. No marcará para nada un hito en el género de suspenso psicológico, cierto, pero entretiene y hace pasar más de un sobresalto.
Autor
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Periodista, Escritor
Doctor en Proyectos, línea de investigación en Comunicación
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