Sin crítica no habrá Cuarta Transformación
Después de años de presenciar múltiples y colosales desviaciones a la ley por parte de algunos políticos y funcionarios, en la actualidad no deberíamos ser tan espléndidos al momento de obsequiarles aplausos.
Corresponder con «hurras y vivas” exageradas a las decisiones de gobierno, por más valientes y bien intencionadas que éstas sean, vengan del partido que vengan, personifica la historia de autoengaño que protagonizamos durante muchos años.
La consecuencia más evidente de esa práctica panegírica enraizada en la idiosincrasia política mexicana, ha sido la proliferación de gobiernos parsimoniosos y opacos. Allí donde habita un ciudadano conformista que se reserva la crítica frente al evidente despilfarro, se instala un gobierno inmune a la transparencia y a la rendición de cuentas, propenso a la demagogia y al disimulo.
Es fácil identificar en el pasado a aquellos gobiernos «semiautoritarios” que vivían del aplauso más que de los resultados. Crisis, matanzas, fraudes, desaparecidos, despilfarros y robos desvergonzados, desfilaron campantes flanqueados por un público complaciente que sonaba las palmas de sus manos, evitando subir la voz para señalar los excesos y exigir un mejor gobierno.
Quisiéramos suprimir aquellas épocas de los camiones repletos de personas que, bajo la promesa de una torta, lanzaban creativas porras y excesivos vítores al político que después de años de súplicas y ruegos, tuvo la amabilidad de «obsequiarles” algunos metros de pavimento en su colonia. Pero justo afuera del recinto abarrotado por hombres y mujeres, jóvenes y viejos, ataviados con gorras y playeras de un mismo color, la pobreza se recrudecía, la inseguridad se salía de control y la corrupción se disparaba a niveles insospechados.
Por fortuna, no muy lejos de ahí, germinaba un gen democrático. En las universidades y foros de intelectuales, se hablaba de transparencia y eficacia en las acciones gubernamentales. Algunas corrientes opositoras al régimen formulaban certeras críticas de cara a la rampante corrupción y al resquebrajamiento de la tranquilidad y de la seguridad en el país. En las calles y en las redes sociales, un sinfín de ciudadanos, jóvenes muchos de ellos, alzaron la voz, y sin complicidades hicieron públicos sus reclamos frente a los excesos gubernamentales.
Cual si fuese un coro perfectamente coordinado, los nuevos protagonistas exigían un cambio de régimen, un nuevo modelo de gobierno, más abierto, transparente y libre de corrupción, en pocas palabras reclamaban una transformación.
De a poco, las alabanzas se esfumaron y los aplausos menguaron. El gen democrático transformador, evolucionó en una corriente política denominada Movimiento de Regeneración Nacional (Morena). Como era de esperarse, no trascurrió mucho tiempo para que una abrumadora mayoría de ciudadanos llevara a Morena al poder en México. Muchos de aquellos que entonaron las más agudas críticas señalando los excesos y las carencias del PRI y del PAN, ahora son gobierno.
Te pregunto entonces: ¿Qué ha cambiado recientemente para que de pronto la crítica y el señalamiento razonado, se vuelvan incómodos y tendenciosos? ¿Será suficiente un canje de partido en el gobierno para que repentinamente callemos? ¿Acaso no fue ese gen democrático, conformado por políticos e intelectuales progresistas, ciudadanos hartos del despilfarro y de la inseguridad y jóvenes impetuosos esperanzados por el cambio, lo que llevó al inicio de una nueva etapa de transformación? Si tu respuesta es afirmativa, entonces ¿por qué deberíamos terminar con todo eso? ¿Por qué habríamos de silenciar a la voz del pueblo y de los medios? ¿Cuál es esa poderosa razón que nos obliga a aplaudir de nuevo a todas las acciones de gobierno?
Algunos gobiernos en el papel progresistas y transformadores no han llegado a consumar el cambio prometido, en parte, porque de repente suprimen las voces críticas que en su momento los catapultaron. Sin juicio razonado y opiniones divergentes, ya lo hemos dicho, el gobierno suele perder la brújula y termina extraviándose en un «tranquilo” mar de apariencias y simulaciones.
Las transformaciones que requiere el país para acabar con la corrupción y combatir la pobreza podrían encontrar en Morena el redentor que desde hace años habían estado esperando, pero no siempre las buenas intenciones se hacen acompañar de las decisiones correctas, es aquí en donde los partidarios y protagonistas de la Cuarta Transformación podrían reconocer que una crítica fundamentada es más valiosa que un aplauso simulado.
Quizás la «maldición de los gobiernos de izquierda” se explica porque allí, en donde fracasaron, solían alimentarse de silencio y complicidad.
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