El tren que nos llevará al pasado
Recientemente el Presidente-electo concedió diversas entrevistas en medios nacionales y de cara a una nueva ronda de consultas populares a modo. Fue mucho el tiempo que dedicó respondiendo preguntas, haciendo uso de muchas palabras. Y si las palabras que una persona utiliza, y no utiliza, son indicación de los fantasmas que recorren su cabeza, llama sobremanera la atención las palabras que básicamente no mencionó Andrés Manuel López Obrador: educación, ciencia, tecnología, instituciones, ley.
Hace unos meses Occidente sintió el pinchazo de la competencia y el desafío a su estatus mundial ante un anuncio hecho por China. El gigante asiático ya no quiere ser simplemente la fábrica del mundo sino una potencia manufacturera que rebase a los países occidentales, por lo que reveló sus ambiciones para los siguientes años. En 2049, centenario de la toma del poder del Partido Comunista, el país asiático espera, en sus palabras, “convertirse en el líder entre las potencias industriales del mundo. Tendremos la capacidad de liderar la innovación y poseeremos ventajas competitivas en las principales áreas de fabricación, y desarrollaremos tecnología avanzada y sistemas industriales”. Los chinos saben que si quieren dejar de ser un país pobre necesitan dominar las distintas áreas de ciencia y tecnología, de la misma manera que Occidente y Japón lo hicieron anteriormente. Lo que me lleva al caso de México.
Andrés Manuel López Obrador ha hablado de la aspiración que debe de tener nuestro país para transformarse en una potencia mundial, lo cual resulta muy bienvenido. La idea no se antoja imposible si recordamos que nuestro país es la décima cuarta economía más grande del mundo, que contamos con una extensión geográfica y un número poblacional importante, y que además tenemos una población joven y un lugar privilegiado en la geopolítica mundial. Pero la idea resulta ciertamente inviable si no se traduce en políticas que vayan acorde con la meta planteada, lo cual parece ser el caso.
Las recientes entrevistas nos revelan a un Presidente-electo con la vista puesta más en el pasado que en el futuro, donde nuestra historia representa una especie de paraíso perdido al cual hay que regresar. Si mucho de nuestro pasado ha quedado efectivamente en el pasado y algunas de sus grandes lecciones nos hablan sobre la importancia de respetar la ley y construir instituciones, tolerar a la oposición política y alcanzar la justicia social, parece ser que para otros el pasado está más vivo que nunca en la pelea dicotómica entre “liberales” y “conservadores” (Juárez), en los peligros conspirativos de la “prensa fifí” contra el presidente (Madero), o en la maligna intervención privada en el sector energético (Cárdenas). Y el problema es que vivir en el pasado implica también una alergia a la modernización, o al menos una imposibilidad para comprender lo que en gran parte significa: técnica y especialización, ciencia y tecnología. Por ello no resulta extraño que la educación no forme parte central del programa del siguiente gobierno, siendo solo utilizada como instrumento para ganar clientelas políticas. Los niños mexicanos, sobre todo del sureste del país, seguirán siendo rehenes de la CNTE pero, eso sí, van a tener un trenecito para que los lleve precisamente al pasado, a observar a nuestros antepasados, a caminar sobre ruinas, y a seguir sirviendo a turistas que vienen del presente y se dirigen al futuro.
“Una de las cosas que la historia nos enseña es que nunca debemos subestimar la estupidez humana. Es una de las fuerzas más poderosas del mundo” dijo recientemente Yuval Harari, un reconocido historiador de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Y refiriéndose a los liderazgos populistas, los describió como un grupo que se encuentra “vendiendo fantasías nostálgicas sobre el pasado a personas en lugar de visiones reales para el futuro”. Solo espero que no nos subamos al tren.
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Autor
- Licenciado en derecho por la Universidad Iberoamericana (UIA). Maestro en estudios internacionales, y en administración pública y política pública, por el Tecnológico de Monterrey (ITESM). Ha publicado diversos artículos en Reforma y La Crónica de Hoy, y actualmente escribe una columna semanal en los principales diarios de distintos estados del país. Su trayectoria profesional se ha centrado en campañas políticas. Amante de la historia y fiel creyente en el debate público.
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