Las dos fuerzas que arruinarán al PRI
La espiral de la opinión pública asegura que el PRI está acabado. Esta tesis podríamos explicarla mediante dos analogías astronómicas: imaginemos un planetoide que cae atrapado por la gravedad de un astro mayor. En esta relación, el PRI es el pequeño planeta, extraviado en la inmensidad del universo; Morena, enorme y expansivo, poco a poco le absorbe la escasa energía que todavía le queda.
La fuerza del partido de López Obrador mengua los impulsos opositores del PRI, atrae a sus cuadros, condiciona los apoyos, desacredita las reformas impulsadas por Peña Nieto, y pronto iniciará los procesos para hacer rendir cuentas a la administración priísta que se va.
Otro fenómeno astronómico sucede cuando una estrella por su propia fuerza gravitatoria termina por consumirse a sí misma, haciendo implosión. Al PRI, incluso antes del 1 de julio, le sucede algo similar. Las divisiones internas, la fuga de liderazgos, una visión del país desconectada de la realidad, indefinición ideológica, desánimo para defender las reformas que ellos mismos impulsaron y un evidente temor para hacer frente a Morena y López Obrador, forman ese conjunto de fuerzas centrípetas que arrastran al añejo partido hacia su autodestrucción.
La reciente declaración de Ulises Ruiz, ex gobernador de Oaxaca, para anunciar que buscará la dirigencia del PRI en 2019, es un claro ejemplo de esta fuerza autodestructiva. Porque de inmediato, las propias fuerzas priistas que actualmente controlan el partido, desacreditaron la iniciativa del oaxaqueño, señalando que en realidad lo que busca es la formación de un nuevo partido.
Lo mismo sucedió cuando Rubén Moreira, en aquel momento secretario general del PRI, en una reunión convocada por Claudia Ruiz Massieu, se atrevió a discernir respecto a la «línea” marcada desde la Presidencia de la República. El coahuilense habló de la necesaria renovación de ideas y estrategias del partido y de constituirse como una verdadera oposición frente al nuevo partido en el poder.
Iniciativas e ideas disonantes con el todavía «jefe político” del partido, Enrique Peña, que más bien piensa en mantener el statu quo y «llevársela” tranquilo con López Obrador. Una reunión que estaba planeada y «planchada” para desarrollarse en diez minutos, terminó después de 4 horas de discusión. Luego, la renuncia obligada del ex gobernador de Coahuila al cargo de secretario general. El silencio y la «línea” se impusieron.
Y no es que a Ulises Ruiz y Rubén Moreira los haya iluminado un repentino rayo de vocación democrática. Ambos son producto y herramienta del sistema. Uno y otro fueron gobernadores gracias al sistema. Pero pusilánimes e ingenuos, no son. Tal vez, como estrategas de la política, exploraban la posibilidad de convertir esa pequeña mole de apenas 47 diputados federales y 14 senadores en un partido político moderno, flexible y competitivo —fortalezas que se evaporaron durante los últimos seis años que el PRI permaneció en el poder—, para dar cauce a las manifestaciones de una militancia que se encuentra irritada, y tratar de reconectar con la ciudadanía que simpatizó con las reformas estructurales de Peña Nieto, como un mercado electoral, que si bien pequeño, podría significar la base para la recuperación del PRI.
Establecer una distinción nítida con Morena ofrecería al PRI tener la oportunidad de formular y defender una agenda alternativa para el país, y de paso configurar liderazgos reivindicados por la militancia. Esta podría ser la estrategia que reconforte a un electorado que el pasado 1 de julio ubicó al PRI en el lado equivocado de la historia.
En la época actual, los votantes tienden a huir de las formas verticales y tradicionales de organización política. Lamentablemente para los priístas, a pesar de la debacle electoral, la «línea” se impuso y trazó el rumbo del partido. Al menos de aquí hasta el 2019.
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