¡Todos somos humanos! ¿Qué hacemos por la educación?
Con todo el barullo que tenemos entre una administración que se va y otra que llega -ya en ejercicio de facto el poder-, la cabeza se pone alterada y piensa cosas impertinentes capaces de ser irreverentes y heterodoxas.
Pero no se ha preguntado estimado lector, sobre la educación nacional: ¿qué características tiene?, ¿hacia dónde va?, ¿para qué educamos?
Los maestros en México han sido siempre factores de inconformidad social, de malestar administrativo para los gobiernos, sin importar el color de partido. Del dinero que pagamos en impuestos una buena parte se va en la educación, sin embargo hablamos de nuestra educación como un mal necesario en el país.
Se nos olvida. La memoria histórica nos debería recordar que no somos un país con suficiente solvencia en el tema, recién cumplimos 91 años de creación de la Secretaría de Educación Pública, es decir, apenas se tienen 16 ciclos de educación pública y laica. ¿Le recuerdan algo estas dos palabras: público y laico? Es decir, en todos estos años se ha buscado la exclusión de todo adoctrinamiento religioso o tendencioso, se han buscado siempre buenos resultados académicos de la enseñanza, o sea, que los mexicanos de cualquier región sean competentes en física, literatura, civismo y demás materias dosificadas en cucharadas amigables que produzcan alegría. ¿Por qué depender de los informes PISA? Pienso que deberíamos depender mejor de nuestra felicidad, ¿cuánta felicidad te produce estudiar? Y que tuviéramos a nuestra disposición para elegir entre las distintas ramas del conocimiento, no en función del costo – beneficio, sino de la plenitud humana como valor de todo el proceso.
La educación es una necesidad social y democrática. Por ello debe financiarse con dinero público para que sea una escuela de todos y para todos.
¿Cómo hacer a la educción tan incluyente de una manera en donde pueda aprovecharse la tecnología de la información?
Estamos en una bifurcación del caminito de la escuela, vamos directo a desarrollar generaciones de niños que en lugar de llorar se divierten con el celular de los padres, tanto niños como adultos están gozando de la tecnología desde pequeñísimos.
Qué lejos estamos de los objetivos prácticos del inicio de la educación pública: quitar el fanatismo y la ignorancia, que por entonces y ahora, hay de sobra.
John Locke advierte a los padres sobre la tentación de fomentar en los hijos la vocación poética, en cambio Octavio Paz pensaba en lo que decía Locke y concluía que esa “afectación de prudencia era superflua”. A mí parece que la tendencia a la búsqueda de qué hacer y a qué dedicarse en la vida adulta es una angustia de los padres y no precisamente de los hijos.
Cuando lo hijos o los nietos logran vislumbrar una palabra orientadora, estamos orgullosos y conformes. ¿Qué quieres ser cuando seas grande? A lo que se responde “piloto aviador”. ¡Guau! ¡Qué bueno que tu hijo ya tiene una carrera definida y de gran éxito! ¡Tienes unos hijos con gran futuro! ¡Sí compadre!, exclama orgulloso el padre del retoño.
Tarde descubriremos si el efecto virtual y electrónico desde temprana edad influye de manera distinta en las inquietudes del hombre, pues al final de cuentas, dentro de los dones de la educación tenemos por fortuna ensoñaciones que son la treta de lo que los humanos estamos hechos.
Y a usted estimado lector, ¿qué le hubiera gustado ser si la educación no se le hubiera atravesado en el camino?
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