HÉCTOR A. GIL MÜLLER
Los violentos acontecimientos acaecidos en Puebla, donde se realizó un linchamiento público, debe alertarnos. Son destellos de un mal rumbo y tan común como es ahora, pareciera que tendemos a acostumbrarnos. La justicia por propia mano expresa la desconfianza en las autoridades, pero también la confianza por el propio juicio. Se vencen los miedos, pero también las condiciones que nos mantienen cohesionados en una sociedad.
Cito a Vargas Llosa cuando refiere estos comportamientos como primitivos, como tribales, es “la llamada de la tribu”. Y expresa esa alegoría a la tribu, aquella donde la libertad individual no vale más que solo por el uso de la fuerza, donde la razón no impera sino la emoción, donde los comportamientos primitivos perduran y se mantienen a flor de piel.
Ese comportamiento irracional es muy común, reflexionemos; tomamos en un solo día la decisión de tatuarnos para toda la vida, pero las estadísticas están reflejando como no podemos mantener un matrimonio más allá de los 5 primeros años.
A pesar de las maravillas que hemos construido, hoy podemos visitar los cinco continentes viajando con rapidez en un par de días, comunicarnos inmediatamente a cualquier lugar del mundo, hoy hemos conquistado la luna, marte y el espacio, hemos vaciado los abismos y alcanzado los cielos, pero aun no logramos la paz.
Aunque la ciencia ha vencido a la enfermedad y nos maravillamos con las reconstrucciones médicas que grandes expertos hacen en vidas que parecían perderse, el suicidio nos sigue recordando nuestro fracaso. Aunque hoy conocemos más el mundo, nos hemos encerrado más. Conversamos en redes sociales con cualquiera, pero con extrañeza nos resguardamos del propio vecino. Aunque viajamos con mayor facilidad pareciera más difícil entrar a cualquier país. Pareciera que la voz hoy es más audible pero también más hueca. Hoy más gente nos puede oír, pero menos gente quiere decir algo de valor. Acaparamos más, pero tenemos menos.
Dios no puso fronteras, porque no nos hizo diferentes, quizá el mundo era más feliz cuando no conocíamos las palabras tuyo y mío, pero hoy si lo sabemos y los pueblos se resguardan temiendo por igual al malvado y al extraño, al criminal y al desconocido. Sin saber que cada uno es tan diferente al otro.
Eso debe ser nuestro principal objetivo, construir un mejor mundo. No debemos descansar hasta no ver mejor a nuestra patria de lo que la vimos al nacer.
Nótese algo, volviendo al trágico linchamiento, los delitos siguen doliendo lo mismo en la sociedad, el malestar e indignación es igual, pero ahora no se juzgó institucionalmente, se levantó una dormida institución, cuando perdemos el rumbo y desconfiamos, caemos. La confianza es un ambiente, y reconstruirlo no se logra solo con unas cuantas acciones, tomará tiempo y voluntad resarcir el daño social.
Cierro citando al Quijote, el ingenioso Hidalgo, forastero entre muchos y en cuya estampa pareciera observarse los rasgos de un extraño, con su triste figura persiguiendo un sueño que lo haga mejor, luchando contra reinos buscando hacer en ellos su vida. El Quijote dijo; Sancho, cambiar el mundo no es locura o utopía es justicia.
Yo Soy Héctor Gil Müller, y estoy a tus órdenes.
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