JULIÁN PARRA IBARRA
Sin medios tonos
Las sociedades en el mundo -particularmente en nuestro país- en los años recientes han dejado de lado los grises, los medios tonos, para irse a los polos: o es negro o es blanco, es estrechísimo el terreno que -sobre todo con el ‘boom’ de las redes sociales- se deja al espacio para el debate en el centro del territorio, y poco el margen para reconocer un poco de bueno en lo malo o algo de malo en lo bueno.
Hemos llegado a un punto de que se es bueno o se es malo, blanco o negro, con nosotros o contra nosotros, amigo o enemigo. Los puntos de convergencia casi han sido borrados, poco se recurre a la negociación, al diálogo, al consenso, al debate serio de las ideas, de altura, y sin caer en la descalificación, el insulto o la ofensa.
El pasado proceso electoral sería una de las más contundentes pruebas de ello, porque los electores se dividieron, así de sencillo, en pejistas o antipejistas; y en términos reales eso se consideraba convertirse no en competidores o adversarios políticos o seguidores de uno u otro proyecto, sino en enemigos.
Así fueran amigos, compañeros de trabajo y hasta integrantes de una misma familia, la ocupación de lugares en los polos opuestos en los gustos o filias a los proyectos que se presentaron como opción de gobierno para nuestro país, provocó en muchos casos divisiones casi irreparables.
Pero eso ocurre sólo entre la masa, entre ‘los de abajo’, porque ‘los de arriba’ en cuanto se instalan en el poder dejan de lado las diferencias que surgieron en la campaña, y negocian y establecen acuerdos con quienes menos se imaginaría, porque está más que demostrado también que entre los políticos no hay ideologías sino intereses, de partidos, de grupos, de gente del poder. Con sus muy honrosas excepciones, claro, porque considerarlo en contrario estaríamos cayendo en el mismo extremismo de negro o blanco, bueno o malo.
A riesgo de que alguno de los dos lados de la moneda lo cuestionen yo le preguntaría, ¿En verdad todo en la administración del presidente Enrique Peña Nieto es negro? ¿No existe un punto blanco por algún lado? O ¿En verdad todo lo que propone el próximo Presidente de México es blanco? ¿No existe ni el mínimo punto negro en lo hasta ahora propuesto?
De pronto me parece que el México que dejará el último día de noviembre, no es el que Enrique Peña Nieto nos dibuja en los spots con motivo de su Sexto Informe de Gobierno con singular alegría; pero tampoco el país está en ruinas como lo quieren hacer aparecer quienes están colocados del otro lado de la mesa.
Eso sí, el actual mandatario se irá con la peor calificación que haya tenido un presidente en los tiempos modernos en que la propia Presidencia de la República realiza mediciones para conocer los niveles de popularidad o aceptación del -hasta esta administración-, huésped en Los Pinos. Según Mitofsky, Peña Nieto llegó a su Sexto Informe con apenas 18 por ciento de aceptación; es decir solo 18 de cada 100 mexicanos aprueban su administración, pero 82 de cada 100 la reprueban.
Al principio de su administración obtuvo el reconocimiento de propios y extraños, al interior del país y en el extranjero por el impulso y promoción, al grado que la revista Time le dedicó aquella portada bajo el titular ‘Saving Mexico’ cuando llego a su segundo año, pero enseguida la noche se le vino encima con los sucesivos casos de Ayotzinapa, Tlatlaya, la Casa Blanca, Malinalco, entre otros, que su obeso y costoso equipo de asesores y de comunicación e imagen jamás supieron manejar y lo metieron en un tobogán interminable del que todavía no logra salir.
Sin enumerar los puntos positivos de su gobierno –porque no soy su publicista y de eso él se ha encargado de transmitir en los miles de spots televisivos y radiofónicos de los días más recientes-, pero dos cosas sí le representaron un enorme costo: la violencia que jamás pudo frenar y en algunos puntos del país hasta se le ‘destapó’; y la otra los altísimos niveles de corrupción que se ventilaron en su administración, y la impunidad con cuyo manto protegió a muchos de sus amigos.
Una cosa siempre me ha quedado muy clara desde hace mucho tiempo –y se puede ejemplificar con el caso de gobernadores y ex gobernadores-: el Presidente le fue más leal a sus amigos que al propio país. Y lo reitera al momento de despedirse, liberando a Elba Esther Gordillo, reclasificando los delitos de Javier Duarte con la intención de que pronto deje la prisión, no cumplimentando las órdenes de aprehensión o tramitar la extradición de César Duarte, y no tocando a muchos de sus amigos ex gobernadores señalados por graves e insultantes niveles de corrupción.
La historia lo juzgará, pero por lo pronto la masa ya lo calificó con el rasero de estos tiempos: o se es blanco o se es negro. Y en su caso la gente ya decidió: es negro.
@JulianParraIba
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