La pesadilla de los niños migrantes

 

 Claudia Rodríguez Acosta, psicoanalista

La migración es un fenómeno universal, animales y personas de todas partes del mundo van hacia nuevos lugares en busca de mejores condiciones de vida e incluso obligados por una cuestión de supervivencia. Moverse hacia lugares desconocidos, en donde hablan otro idioma, tienen otras costumbres y existe otro clima, nunca es fácil, ni siquiera en los casos en los que migrar es producto de un deseo más que de una necesidad.

Hablando de los migrantes indocumentados que van hacia Estados Unidos, es evidente que, para aventurarse a hacerlo, deben tener historias muy difíciles, ¿quién podría arriesgar la vida si no es por huir de algo peor? En este tipo de migración se huye de la violencia, de las carencias económicas y emocionales, y del abuso. Paradójicamente, al hacerlo, van encontrando más de lo mismo, logran acceder a un país de “primer mundo” ganan más dinero del que podrían obtener en sus lugares de origen, pero el precio es alto. Son excluidos, maltratados, perseguidos y vistos como criminales sin siquiera conocerlos. Actualmente, muchas familias están siendo separadas abruptamente bajo el argumento de haber cometido un acto “ilegal”. En panoramas de este tipo, siempre, los más afectados son los menores: bebés, niños y adolescentes.

Estamos frente a una situación más grave de lo que se cree, ya que diversos estudios clínicos demuestran que el separar a un niño o bebé de su familia, sobre todo, si es por un tiempo prolongado y sin ningún sustituto que haga el rol de madre o padre, equivale a una mutilación psíquica que difícilmente será reversible. La infancia es la etapa de mayor vulnerabilidad en la vida, bebés y niños no hacen evidente su dolor emocional no porque no lo sientan, sino porque no tienen manera de hablarlo y así comunicarlo de una forma entendible para los adultos. Entonces, lo expresarán de otras maneras que no siempre son legibles para los demás. Lo que está sucediendo en la frontera entre México y Estados Unidos es una tragedia, separar a los menores de sus familias así, sin explicaciones ni consideraciones, bajo el argumento de que sus padres son indocumentados, no es un acto de “legalidad” sino más bien es un acto de abuso hacia los más vulnerables. Argumentar que eso les servirá a los adultos de escarmiento, es un razonamiento perverso, porque va de por medio infligir un profundo dolor emocional a menores de edad, como venganza.

En edades tempranas la psique no está preparada para metabolizar muchas de las vivencias cotidianas, mucho menos lo está para tolerar la separación violenta y prolongada. Este tipo de experiencias irrumpen en la psique, quebrándola o al menos dejándola muy dañada. Algunas personas creen que cuando estos niños crezcan, lo olvidarán y todo el dolor desaparecerá, sin embargo es al revés: aquello que no se habla y que no se recuerda, enferma el cuerpo y la mente, provoca depresiones fuertes, angustia y dificultades de todo tipo en la vida adulta. Muchos menores de edad están siendo expuestos a un nivel de dolor emocional imposible de nombrar, debido a la inmadurez de su psique pero también debido

a la brutalidad de los actos de que son víctimas. Incluso aquellos que se han reunido con sus familias, muestran secuelas de diferentes tipos dependiendo del tiempo que estuvieron separados, los traumas previos y la edad que tienen. La política de tolerancia cero, más que ser justa, es una medida que contribuye a repetir una y otra vez la violencia, de una forma cada vez más perversa, incluso al grado de respaldarla con un argumento “legal”.

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El Heraldo de Saltillo
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