RUBÉN OLVERA MARINES
1 de julio: Muere un sistema ¿Nace un estadista?
Tras una larga agonía, el pasado 1 de julio falleció el sistema que gobernó al país durante los últimos sexenios. Curiosamente, el binomio conformado por el PRI y el PAN no fue víctima de la larga enfermedad terminal que lo agobiaba desde 1988, cuando el Frente Democrático Nacional encabezado por Cuauhtémoc Cárdenas, evidenció las dificultades que presentaba el sistema para garantizar la democracia, combatir la pobreza y asegurar el crecimiento económico.
La disección arrojó una causa circunstancial y supletoria: atragantamiento por la indignación social ante un modelo incapaz de combatir la corrupción y garantizar la seguridad de los ciudadanos.
Una democracia sana necesita de derrotas para oxigenar a las instituciones. Pero lo sucedido el 1 de julio fue más que el desastre de dos organismos políticos que luchaban por prevalecer.
La fuerza de atracción de votos de Morena en todo el país, sólo podría comprarse con la fuerza gravitacional de un agujero negro para devorar la materia del universo. De hecho, es más fácil explicar la eliminación de Alemania en la reciente copa del mundo que la estratosférica cifra de votos obtenida por Morena.
Queda claro que la victoria de López Obrador resultaba inevitable. Pero ¿cuáles fueron las razones para que ésta se produjera en la forma que lo hiciera? ¿Qué fracasó en las administraciones del PRI y del PAN para que de pronto el aspirante que lo había intentado en dos ocasiones anteriores, los desplazara con enorme facilidad de su posición dominante?
Decir que fue el naufragio de la estrategia económica de ambas administraciones para promover el crecimiento económico y la decepción de la política social para combatir la pobreza, es una respuesta poco convincente, puesto que si así fuera, el viraje hacia la izquierda debió suceder en el 2012 o en el 2006, cuando las condiciones económicas y sociales eran comparables o peores que las actuales.
No fueron las bajas tasas de crecimiento económico ni tampoco la expansión de la pobreza y la desigualdad lo que llenó las urnas a favor del tabasqueño. Al contrario, lo que se convirtió en un imán de votos fue esa habilidad para transformar los casos de corrupción atribuibles a integrantes de ambos partidos y las cifras de inseguridad de las últimas dos administraciones (una del PAN y la otra del PRI), en un yacimiento inagotable de hastío. Con el mensaje anticorrupción, Morena provocó un terremoto y desencadenó un tsunami de irritación. En esas aguas de indignación, el sistema naufragó y se ahogó.
Las causas del desmoronamiento del PRI y del PAN no deben buscarse en los aspectos ideológicos y económicos, como sí en la subjetividad del enfado. La deuda que los electores cobraron al sistema no es social. La población juzgó la ineficacia del Estado para combatir la corrupción y la inseguridad. De hecho, López Obrador no cuestionó en sus discursos el bienestar material de los ciudadanos. La indignación que asfixió al sistema y que transformó la ira en votos a favor de Morena, encontró en López Obrador la única posibilidad para vencer el cerco que la corrupción y los excesos impusieron como forma de «desgobierno”.
Ahora bien, los detractores del futuro Presidente están convencidos de que no hay derrotas permanentes. Afirman que sobre Morena caerá todo el peso de la transformación del país y la conducción ética y eficaz del gobierno. Ese gigantesco tifón llamado indignación, se convertirá en el artilugio con el que la oposición pretenderá dificultar la travesía de la nave llamada Morena.
Si partimos de que el voto masivo a favor de Morena no fue ideológico, sino más bien producto del encono, entonces su holgada posición política no constituye por sí misma una salvaguarda de su programa de gobierno. Cualquier debilidad de López Obrador para castigar los excesos del pasado o para asegurar el curso moral e impoluto de su gobierno, los electores le pasarán factura al doble y con intereses.
Ahí va el primer aviso de curva: para que a López Obrador no le salpique cualquier fallo individual o colectivo de los integrantes de su movimiento, necesita transferir su poder a un conjunto de normas, instituciones y programas de gobierno. Desmantelar la imagen del caudillo. Vestirse con el traje gris o azul del estadista.
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