RODOLFO MORENO CRUZ
Hoy México ya tiene presidente electo. Y esto ocupa las principales portadas de los diarios en el mundo. En el reacomodo de las fuerzas políticas en nuestro país, corresponde a toda la ciudadanía la prolongación del ejercicio del voto que se vivió este 1 de julio.
La iniciativa “El Día después” presentada por el actor Diego Luna debe tomarse hoy más que nunca muy en serio. De eso dependerá que nuestro país sea realmente un país diferente y respetuoso de los derechos humanos. Ya pasaron las elecciones y es momento de retomar la importancia de la unión en la diferencia y del respaldo fraternal entre ciudadanos.
Efectivamente, la legitimidad de las instituciones radica en la adhesión de las mismas. Pero su fortaleza se gesta en un proceso colectivo de fraternidad. Esta fraternidad no es más que la expresión más singular de la solidaridad. Y en el caso de México esa solidaridad está presente en la mezcla de filosofía ancestral, cultural y espiritualidad que vive nuestra nación.
No es menor la tarea que tiene por delante el presidente electo: la de recomponer los lazos de nuestra sociedad por las diferencias (siempre válidas) políticas. En este saneamiento la palabra clave es la de unión en el respeto a nuestras diferencias. Ciertamente, el reconocimiento a la pluralidad y multiculturalidad de las sociedades que integramos debe ser el eje rector de la política nacional. No podemos esperar menos.
La sociedades contemporáneas son y deben ser plurales y consensuales porque, en expresión afortunada del constitucionalista español Luís Prieto Sanchis el Estado de derecho “habla con muchas voces”. Particularmente y tal como lo reconoce el jurista Rosenfeld, el modelo unitario de una sociedad homogénea, compacta y sometida a una sola expresión ha quedado eliminado con la actual propuesta. Al declive de la homogeneidad, surge la necesidad de reconocer la heterogeneidad y ello ocasiona que la visión plural predomine en la formación de las instituciones políticas. En consecuencia, la unión, ahora, ya no puede quedar en manos de la fuerza de Estado. Por el contrario, en una sociedad heterogenia y con diversa concepción del bien, el control depende más de la sutileza de la fórmula política que de la amenaza de la sanción. La fórmula política, enfatiza el mismo Rosenfeld no puede ser otra cosa más que el consenso, obtenido a través de consultas públicas previas, libres e informadas. El consenso, en este sentido, evita la pérdida de credibilidad en las instituciones políticas y atiene el problema capital de todas las sociedades complejas. O como señala con acierto el jurisconsulto Grimm, la compleja asignación de “mediar entre la pluralidad dada de las convicciones e intereses sociales y la tarea de mantener la unidad estatal”.
La ciudadanía merece un aplauso por su activa participación política. Sin duda, la ciudadanía ve un México que no sólo se puede percibir con los sentidos, sino incluso se puede sentir con las emociones. Por ello, el lenguaje de la legalidad y legitimidad no debe quedarse como figura retórica, sino que debe transformare principalmente como una manifestación de lo que vemos, de lo que sentimos.
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