“EL ALMA DE LA FIESTA”

 VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ 

Con el discreto encanto de la comedia hecha a la medida de su protagonista –que figura además como co-autora del guion-, este filme logra su objetivo de entretener sin complejos, aportando un conjunto de personajes que se ganan las sonrisas de los espectadores. No es para nada un ejemplo sobresaliente en este género, pero al menos no cae en el mal gusto ni en recursos de mal gusto que suelen ser habituales en este tipo de experiencias provenientes desde Hollywood.

 

Las comedias, como buen producto surgido para la entretención, tienen siempre un nicho asegurado de públicos que, sin importarle mayormente su calidad o los recursos que emplee para lograr la sonrisa, siempre quedan satisfechos con los resultados.

En el caso particular de “El alma de la fiesta”, se cumple a cabalidad la premisa: una película “liviana”, una protagonista plenamente identificada con un papel escrito por ella misma acorde a sus capacidades histriónicas y un conjunto de secundarios que sacan chispa a escenas que, hay que reconocerlo, si bien no son geniales, por lo menos están construidas con buen gusto, evitando los desbordes, el lenguaje soez habitual y los lugares comunes que suelen caracterizar a estos filmes hechos en el corazón de la industria hollywoodense.

¿Con qué nos enfrentamos al ver esta comedia?

Antes de los cinco minutos de metraje la protagonista, Deanna Miles, se entera de golpe que su marido, Dean Miles, quiere el divorcio porque se ha enamorado de una corredora de propiedades. Deanna sufre doblemente esta ruptura porque durante años se ha postergado en el principal de sus sueños: terminar sus estudios para asumir su rol de esposa fiel, madre abnegada y dueña de casa a tiempo completo.

Todo lo que por un tiempo parecía funcionar de manera perfecta, se derrumba, dejando al descubierto cuán insatisfecha en verdad se encontraba la protagonista.

Por eso, cuando su esposo decide abandonarla a ella y a su hija Maddie, sin siquiera un aviso o una adecuada conversación, ella se ve enfrentada a una nueva situación, donde se encuentra el aspecto económico, pero también valórico.

Es así que Deanna decide combatir su depresión y soledad, retomando todo aquello que había quedado pendiente al momento de casarse y de este modo, toma la decisión más drástica: regresar a la universidad, aunque ello significará nuevos problemas: compartir el mismo salón y la misma clase con su hija Molly, tener que lidiar con una compañera de cuarto casi fantasmal y descubrir, no sin sorpresa, que sigue siendo una mujer atractiva, que incluso puede llegar a enamorar a un joven que podría ser su hijo.

Como esto es una comedia, a pesar de todos estos enredos, sabemos que la protagonista sorteará todos los obstáculos y se integrará al espíritu juvenil universitario y descubrirá que hay sueños que no puede perder, recuperando su autoestima y convirtiéndose en un modelo a seguir de todas sus compañeras que, incluso, la aceptan como miembro de la fraternidad correspondiente.

“El alma de la fiesta” (Life of the party) es una comedia escrita y dirigida por Ben Falcone (Spy: Una espía despistada), y tiene como centro a Melissa McCarthy (Cazafantasmas), una comediante algo encasillada en papeles de mujer vulgar, mal hablada y medio tosca que, por suerte, se desmarca de ese estereotipo y se muestra como una mujer madura que, recuperada sus ganas de vivir, es capaz de lucir bella, femenina y maternal, por partes iguales. El elenco lo integran también Molly Gordon (Navidad con los Cooper) y Maya Rudolph (Damas en guerra).

En tiempos de excesiva violencia y desbordes de efectos especiales, de una abundancia de superhéroes y películas de corte catastrófico, una comedia que cumple cabalmente la receta, sirve para recuperar el candor, entretenerse sin sentir ni un solo complejo y salir con una sonrisa de la sala de cine, lo que no es poco.

En todo caso, la recepción crítica de este filme ha sido lapidaria: todos han apuntado a lo mediocre de un guion que solo busca el lucimiento de la actriz Melissa McCarthy, la que demuestra sus limitadas condiciones cómicas para soportar un metraje extenso, a pesar de la simpatía que tienen los secundarios y a la ineptitud del director (marido de la actriz en la vida real) para sacar chispas de una comedia universitaria que, en otras manos, hubiese sido genial.

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El Heraldo de Saltillo
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