TERESA GURZA
Se dice que siempre ha habido abusos sexuales de sacerdotes contra niñas y niños a su cuidado; y que es ahora, cuando han salido a la luz.
Pero para millones de fieles de una iglesia como la católica, que ha enseñado que el sexo es pecaminoso, ha sido terrible constatar que sus ministros además de pecadores, son criminales.
Por todo el mundo saltan casos y en la mayor parte de ellos, las víctimas son menores de bajos recursos y pocas posibilidades de defensa; lo que ha repercutido en que sus sufrimientos, sigan escondidos bajo las sotanas y las alfombras de las catedrales.
Ocultar atrocidades cometidas contra inocentes, fue lo que hicieron durante décadas los obispos chilenos.
Y casualmente fueron los abusos contra niñas y niños de sectores medios y altos, que por vulnerabilidades sicológicas o familiares permitían a los pederastas tenerlos bajo control, los que estallaron el actual terremoto eclesial.
Duchos en el asunto, trataron de que el Papa ignorara las cosas; y durante su visita a Chile en enero pasado, lograron que defendiera al obispo de Osorno Juan Barros, acusado de complicidad con el párroco Fernando Karadima; violador de decenas de niños y jóvenes, que asistían a la Iglesia del Bosque, en una zona acomodada de Santiago.
Pero la situación se fue abriendo y llevó finalmente al Papa, a reprender al episcopado por mentirle: “reconozco y así quiero que lo transmitan fielmente, que he incurrido en graves equivocaciones de valoración y percepción de la situación, especialmente por falta de información veraz y equilibrada», les dijo; y pidió perdón a los violados.
A lo que siguió, el envío de una comisión investigadora y entrevistas en el Vaticano, a víctimas y prelados.
Estos tuvieron tres días de reuniones con el Pontífice y recibieron un comunicado tan crítico, que detonó la renuncia de los 31 obispos en ejercicio y de los tres eméritos; el episcopado completo, incluyendo a un cardenal.
Y seguirá la mata dando porque el Papa, que hablará este fin de semana con un segundo grupo de víctimas de Karadima, advirtió:
«La remoción de personas no alcanza para reparar el escándalo por los abusos sexuales”.
El diagnóstico que se ha hecho sobre la crisis que está atravesando la otrora influyentísima jerarquía católica chilena, destaca su mentalidad elitista, división e hipocresía; que llegó al extremo, de quemar documentos sobre los abusos.
El caso Karadima, salió a la luz hace unos 15 años con las denuncias de James Hamilton, Juan Carlos Cruz y José Andrés Murillo; quienes relataron los abusos y la manipulación, a que los sometía el sacerdote.
Y en 2010 el cardenal y entonces arzobispo de Santiago, Francisco Javier Errázuriz, hoy acusado de encubrimiento, admitió después de mucha presión la existencia de una investigación contra Karadima; condenado finalmente por la Congregación para la Doctrina de la Fe, “a una vida de oración y de penitencia”, como culpable de abuso de menores; pero no ha pisado la cárcel.
Desde entonces, se han conocido otros escándalos.
Como el destapado hace una semana por el canal 13 de la televisión, sobre una cofradía de 14 sacerdotes homosexuales y abusones, de la diócesis de Rancagua, ubicada a unos 85 kilómetros de Santiago, la capital chilena; fueron suspendidos y se dice que enfrentarán juicios civiles.
Se divertían los curitas, haciendo bromas sexuales y destacando sus preferencias por los menores de edad; a los que enviaban fotografías y ofrecían dinero y regalos, por salir con ellos.
Les gustaba llamarse “La familia” y usaban parentescos femeninos para identificarse: abuela, tías, hijas y nietas.
Hubo también denuncias de 14 ex alumnos del colegio Alonso de Ercilla y del Colegio Marcelino Campagnat, contra miembros de la congregación de los Hermanos Maristas, por abusos sexuales cometidos en los 70s.
Y luego de cuatro años de archivo acaba de ser reabierto por el Vaticano, el juicio contra el legionario de Cristo, John O´Really, acusado de abusar de dos niñas.
Se habla de que habrá indemnizaciones.
Y las consecuencias de todo lo anterior se han reflejado en la baja a 44, del porcentaje de los chilenos que hoy se reconocen católicos; la disminución de vocaciones y el dinero que se dona a la Iglesia; el incremento de quienes piden que los curas pedófilos sean encarcelados; y ataques incendiarios contra capillas.
Esta semana fue quemada la parroquia Santa María de las Américas de Conchalí, ubicada a pocos kilómetros de Santiago; donde se encontraron carteles con la leyenda, «Cerdos violadores, no queremos sus sermones”.
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