ALFONSO VÁZQUEZ SOTELO
El debate presidencial una reflexión desde lo esencial
Las campañas cada día toman un curso de aguas que van en un desliz hacia la elección, como una pendiente de “días que no se nombran” (Pacheco).
Son días largos, imperfectos, con atorones donde los protagonistas son blanco fácil de toda clase de escarnios desenfrenados, absurdos y atrabiliarios. Todos los vicios privados son apetitosos en el agujero del postigo que produce imágenes que siempre son rentables para generar un caldo de cultivo lleno de sospechas en toda la esencia y percepción de la humanidad del adversario.
La locura del voto hace cometer muchas impericias, ninguno de los candidatos y sus estructuras miden el daño y la forma en que destrozan al otro antagonista, todo parece un cuento de locuras inconexas. Hay que golpear al otro cien veces o más sin dejar caer el rating.
La presidencia no es más que un sueño lejano que solo lo puede tener una persona. Aquí el poder no se comparte, dicen las viejas falsedades, y se cree como quien arregla un viejo reloj de precisión milimétrica. Cada uno tiene un segundo para su verdad y todos confundimos la hora. En qué hora renacerán los volcanes.
Desde antes de las contiendas la batalla tiene fuego y se mueve en los cuatro puntos cardinales como buscando algo que incendiar. El futuro se convierte en ayer cuando se intentaba alcanzarlo. Estalla el mar, las sombras se vuelven palabras en un debate que nadie entiende a carta cabal; hay más intérpretes que signos, más preguntas que respuestas, más medición de tiempo, como si en verdad el tiempo terminara.
En este debate, los candidatos a la presidencia de la republica asumieron una nieve de silencio. Ellos se practicaron un corte de venas, a cada tres milímetros o en los últimos 20 segundos, nada convirtió; a nadie persuadieron esta noche y la lluvia se disolvió en charcos que guardan el silencio; después de tanto hablar se terminó este debate, no hubo recompensa de cariño.
Después ellos se comportaron como si hubieran adquirido una extraña comezón de conciencia se decían: “el circo es el estado perfecto”, “solo hay una manera de reír: la humillación del otro” se notó la bofetada artera, el pastelazo con betún de mantequilla.
¿En dónde está lo deforme de cada candidato a la presidencia de la república en México?
Las narizotas se desplomaron, los ojos se enrojecieron porque las ligas lastimaban las comisuras de los ojos, después de la función lloraron un imaginario. Aquí está el país cantando su miseria con el desprecio y para el desprecio, la desnudez sigue intacta, medimos los granos de arena, el sonido de las olas…cuando hay un nuevo día entre los candidatos parece que el miedo se ha disipado. Al nuevo tema: ¿quién ganó el debate?
Son de risa estas moralidades legendarias. Nadie señalará que perdió, nadie comentará que hubo un rasgo que viva con dolor y martirio; creo que salen del fondo de una oquedad de verbos actuantes y esos suministrarán un futuro cercano donde los escenarios serán realidades de ejercicio de poder.
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