VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ
Segunda parte de una película que se perfila como franquicia. Aunque menos espontánea que la primera, sigue destacando el humor corrosivo, las constantes referencias al propio cine y las burlas hacia aquello que se considera sagrado en el universo de los superhéroes, en donde este deslenguado personaje asoma como el más atípico.
Como resultado del excelente rendimiento en la taquilla y las elogiosas críticas en el momento de su estreno, era inevitable que “Deadpool” tuviera una continuación que, desde luego, se convertirá en una franquicia. Esto, a costa de perder lo esencial que tuvo en su debut: una capacidad impresionante para reírse de todos, demoler la artificial seriedad de las películas de superhéroes e instalar como protagonista a un mal hablado que, por un accidente, se convertirá en un tipo extraordinario.
De este modo, “Deadpool 2” no engaña a nadie: igual como sucedía con su predecesora, esta segunda parte es puro metacine, secuencias delirantes en que se toman elementos de otras películas (y de la cultura pop en general) para burlarse de todos. En su conjunto, es una historia sin pie ni cabeza que sorprende y encanta, precisamente porque se trata de un montón de tonteras a partir de filmes y referencias cinematográficas, donde no se escapa ni siquiera la película “Yentl”, de Barbra Streisand. Podría pensarse que nada de esto funcionará bieny sin embargo, lo hace, y se transforma en una montaña rusa de risas, aplausos y sorpresas.
¿Qué es lo mejor que mantiene esta secuela? Su estilo de irreverencia, su falta de seriedad, su total comprensión de que todo esto es una chacota sin sentido, en donde hay parodia y homenajes al mismo tiempo: desde la forma de iniciar la película y los créditos a lo James Bond, pasando por X-Men, Terminator y suma y sigue, reeditando todos los consabidos efectos especiales y destrucciones clásicas de las películas de superhéroes y los hilarantes enfrentamientos con el villano de turno, Cable, muy bien interpretado por Josh Brolin.
El actor Ryan Reynolds saca el mejor partido de este Deadpool que oscila entre la violencia sangrienta hasta llegar a la comedia lasciva, sin dejar de lado la calidez y hasta la sensibilidad, pero todo ello empaquetado de tal forma que siempre exista adhesión emocional hacia este anti héroe.
El personaje central es un tipo al que, al inicio de la película, le matan a la mujer que ama y por lo tanto su furia e impotencia exacerban su manera irrespetuosa de pararse frente a la realidad. Está enojado, violento y sabe que su única misión es vengar la muerte de su amada, aunque pronto conocerá a un niño que le hará cambiar la perspectiva de su conducta.
Pero ojo. A pesar de la genialidad de este Deadpool, se percibe que existe una irreverencia controlada, algo levemente deshonesta e impostada que no estaba presente en el filme original: y es acá al parecer los productores –conscientes de que deben cuidar este producto para que sea una saga- ponen ciertos límites, casi imperceptibles,respecto de sus motivaciones y por eso“Deadpool 2”juega (bien) con la transgresión, aunque en verdad lo que predomina es su buena voluntad por restituir el orden y formar una familia, es decir, volver a lo políticamente correcto.
¿Cuál es el punto objetable de este filme? Para los espectadores muy atentos, el hecho de querer ser muy divertida aunque en verdad lo que se ha perdido es la espontaneidad y frescura que tuvo la primera. Esto queda en evidencia en varias secuencias y soluciones argumentales en donde la identidad queda algo desfigurada en el proceso.
En pocas palabras: esta película se burla sin misericordia de todas las sagas de superhéroes (con especial encono hacia la rival DC Comics), aunque en el fondo sigue el mismo esquema habitual de ordenar todo y brindar lo que el espectador tradicional busca como acomodo de las piezas.
Llama la atención la insistencia del director en temas de contingencia racial (muchos chistes sobre el racismo de los blancos hacia otras razas en un guiño político a Trump), las constantes bromas referidas al sexo y una pincelada de chistes a costa de las redes sociales y su impacto en las nuevas generaciones.
Lo que sí se mantiene y se agradece es que el protagonista, de manera continua, mire directamente hacia la cámara para hacer comentarios a los espectadores, rompiendo de este modo la denominada “cuarta pared”, esa barrera invisible que separa a la ficción en la pantalla de la realidad, o a los personajes inventados de la audiencia. Las otras tres paredes son la de la izquierda, la de la derecha y la del fondo, propias del entorno teatral.
Al usar este método poco usual en el cine (algunos filmes de Ingmar Bergman y Woody Allen lo han usado de manera notable), el personaje de Deadpool se burla de las convenciones audiovisuales y logra un vínculo de complicidad con el público. Esto le permite, por ejemplo, desplegar una batería impecable de humor negro y hacer referencias burlescas respecto de los trucos digitales, el empleo de la cámara lenta y las convenciones de este género.
Tal vez el primer ejemplo de este quiebre se usó en el cortometraje «Asalto y robo de un tren» (1903), en el que el actor Justus D. Barnes encarna a un bandolero que apunta a la cámara y dispara a quemarropa hacia el propio espectador.
Con todo esto, “Deadpool 2” es una cinta más que disfrutable, logra darle bríos a este anti héroe y reírse sin piedad de todo aquello que se cree serio en el universo de los superhéroes.
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