RUBÉN OLVERA MARINES
José Antonio Meade, resiliencia y nueva estrategia

En efecto, con el relevo en la dirigencia nacional del PRI y el relanzamiento de su campaña, Meade cerró oídos ante aquellas voces y murmullos en boca de algunos empresarios y políticos –incluso algunos de su propio partido– que le insisten en que “no vale la pena jugarla”, sosteniendo su argumento de que, con una eventual declinación a favor de Ricardo Anaya, se detendría el arribo de López Obrador a la Presidencia.
Meade tiene un propósito y una nueva estrategia. Seguirá en la contienda para asegurar que el PRI mantenga una votación decorosa y evitar una caída histórica en el número de senadores y diputados federales, además de competir por algunas gubernaturas; Chiapas y Yucatán son la prioridad. Una declinación, sería la catástrofe para alcanzar este propósito.
Tal y como en política son todas las estrategias, la de Meade, el PRI y sus aliados, se revela diáfana y concreta: fortalecer y asegurar el voto corporativo.
Con la llegada de Rene Juárez Cisneros a la dirigencia del PRI, se reactivó el acercamiento con los sectores, específicamente con la CTM y la CNC, algo que Enrique Ochoa no ponderó. Al mismo tiempo, se inició la conformación de las tradicionales redes con los funcionarios públicos y burócratas, cosa que el secretario de Organización, Rubén Moreira, descuidó. Resta sólo una acción de la triada que define el voto corporativo del PRI: asegurar el sufragio de quienes conforman los distintos padrones de beneficiarios de los programas sociales. Para ello, el recién nombrado presidente del CEN del PRI, sumó a Manuel Cavazos Lerma, exgobernador de Tamaulipas y a José Encarnación Alfaro, viejo lobo de mar en las tareas de organización de redes y movilización electoral del PRI.
Con estos movimientos, José Antonio Meade, quien, sin ser priista, asumió la responsabilidad del relevo en el PRI, dejó en claro que la estrategia territorial, a través de la operación en los distintos seccionales, no estaba funcionando, y si lo hiciese, no sería suficiente para escalar, al menos al segundo puesto, como lo han dejado entrever los integrantes de su equipo cercano.
Pero falta algo más. El atisbo que terminó por desbancar a Enrique Ochoa como líder del PRI, fue que no logró consolidar una campaña en donde todos los candidatos a otros puestos de elección, sobre todo los más populares y mejor posicionados en sus distritos, municipios y estados, impulsaran la imagen del candidato presidencial. Por ejemplo, en Coahuila, como te habrás dado cuenta, sólo el aspirante a senador, Jericó Abramo, destaca, sin vacilaciones, la figura de Meade en su imagen y recorridos. De hecho, el fantasma del voto cruzado –sufragio por el PRI para candidatos locales y por Morena o el Frente para la presidencial–, recorre amenazante las oficinas del PRI en algunos estados; norteños, algunos de ellos.
En concreto, el futuro de José Antonio Meade y del PRI, está en función de que la nueva estrategia fortalezca su capacidad de resiliencia. Ese vocablo tan de moda en la economía, sociología y psicología, les aplica perfectamente, cuya mano de inicio, luce estadísticamente menos que competitiva.
La resiliencia significa que una persona y un sistema tienen la capacidad de desarrollar nuevas estrategias para adaptarse a un ambiente adverso a pesar de las limitantes o dificultades. Meade abandonó la estrategia del candidato ciudadano para dar paso a la jugada que le ha dado las mejores partidas al PRI: el voto duro.
Te pido no cuestionar si se eligió o no la estrategia correcta. En las actuales circunstancias, el PRI no le quedaba más opción que ésta. No advirtió la curva, y la tomó a más de cien.
¡Felicidades a todas las mamás en su día!
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