TERESA GURZA
Típico de nuestra clase política, el que todos los candidatos se declaren vencedores.
Y así lo hicieron los cinco ante sus respectivos públicos, tras el debate de este domingo.
Pero resulta sintomático que quien más alardeó de haber ganado, se haya escurrido de su atril sin despedirse de sus oponentes y de los excelentes periodistas moderadores, como lo hubiera hecho cualquiera que de verdad se sintiera triunfador.
Y, mucho ojo; porque como también es usual en México, pronto iniciará la Operación Cangrejo; consistente en ir reconociendo de a poco al vencedor, para acabar negociando.
Irse cuanto antes y facilitar las cosas, es lo que debieran hacer Meade, Zavala, y el Bronco.
El primero, porque le es imposible no sólo ganar la presidencia; sino subir algo, su raquítico puntaje.
Pese a todos los cargos públicos que ha ocupado y de los que tanto alardea, Meade no ha podido allegarse buenos asesores; alguien que siquiera le sople, que no reitere las falsedades de los tres departamentos de AMLO y los tres mil millones de pesos de dinero público que ha recibido Morena, porque el INE solo reporta mil 500.
Aferrado a un lapicero, como el elefantito Dumbo de nuestra infancia con su plumita en la trompa para no caerse, Meade siempre estuvo a punto del resbalón.
Uno de sus principales lastres, es el presidente del PRI, Enrique Ochoa, repitiendo como loro o disco rayado, que con López seremos otra Venezuela. Ora sí que como dijo hace tiempo su jefe, “Ya, chole”
Zavala debe desaparecer de la escena porque nadie podrá seguir creyéndose el cuento, de qué se las puede.
Y eso quedó claro en el debate; al que llegó vestida de hombre y muy parecida a su marido; con pésimo maquillaje, voz chillona excesivos ademanes, pelo sucio o tieso por la laca, y hablándonos de tú con propuestas plagadas de lugares comunes.
Prueba que su larga carrera política, funcionó por haber sido impuesta para plurinominales; porque por sus solos méritos no ha ganado, ni la elección para presidenta de su clase.
De la participación de ese tipo vulgar y tramposo que es El Bronco, se salva su respuesta a López advirtiéndole que no es dueño del avión que dice, le ofreció a Trump.
Su idea de “mochar” manos a los ladrones, que por cierto tiene más adeptos de los que imaginé, me recordó al embajador del Baby Doc en México; cuando al recoger en 1979 mi visa para visitar Haití, me recomendó que de sufrir algún robo lo reportara a los Tonton para que delante de mí, cortaran la mano del ladrón.
Actualmente ese salvaje castigo que en el Islam se llama Shaira, es usado únicamente en sitios como Afganistán, Irán y Pakistán.
Pasando a los dos candidatos que nos quedaron vivos, nada nuevo les oímos.
A López se le vio viejo, desganado y flojerudo; y se le notó que estuvo pegando estampitas en el álbum de futbol de su hijo, en lugar de prepararse para debatir.
Lució inseguro y enojado, sobre todo al escuchar a Meade decir que Morena es un partido familiar, pero gasta dinero que es de todos.
Balbuceante y molesto, López se dedicó a buscar hojas que no encontró; y a repetir lo que durante décadas ha dicho, para después quejarse de que le faltó tiempo para responder los cuestionamientos de Anaya.
Y fiel a su conducta de lavar cerebros, se pasó la semana insistiendo en que ganó.
En fin, la novedad del debate radicó en que Anaya abrió la posibilidad de una derrota del puntero; y eso, a estas alturas y aunque no lo haya noqueado, es bastante.
Y me encantó lo que dijo en TVUNAM, alguien cuyo nombre no pude retener: “en el Día del Libro, Anaya dejó claro que leyó los que ha escrito López Obrador”.
Como también sucede, hubo declaraciones oportunistas; ahora a cargo del Consejero Presidente del INE, Lorenzo Córdova; quien, subido a la ola del éxito por la buena organización del acto, anunció que al ser cinco y no tres los participantes, los gastos aumentaron.
Los electores potenciales seremos alrededor de 89 millones; descontando el voto duro de López Obrador y los pocos que se vayan en los tres que debieran irse, quedan los suficientes para ganar si se va con por ellos con propuestas inteligentes y viables.
Anaya tendrá que convencer a los indecisos, y no solo confiarse en los votos de quienes por ningún motivo quieren en el poder, al aspirante a vendedor de aviones que se autodefine ave impoluta.
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