CIUDAD DE MÉXICO. Desde aquel momento cuando les entregaron a sus pequeños hijos muertos, la mayoría había evitado regresar al Colegio Enrique Rébsamen, tras el derrumbe por el sismo del 19 de septiembre pasado, en donde quedó también sepultada gran parte de su vida. Carol, Miriam, Mireya, Alejandro, profesores, amigos y hermanos llegaron con veladoras, retratos y flores para honrar, rezar por los niños y exigir la justicia que les dé un poco de consuelo a su dolor, informó Excelsior.
Carol Monserrat es una de las madres que había evitado caminar por los alrededores de la escuela, a pesar de ser vecina de la zona. Desde el 19S su vida se ha convertido en una pesadilla de la que todavía no puede despertar. Ahí murió su única hija, Alexandra Arias Cordero, junto con otros 18 alumnos y siete adultos.
A seis meses del terremoto, los trozos de madera que apuntalan el área colapsada continúan intactos, como los recuerdos de Carol.
A Alexandra la encontraron muerta protegiendo con su pequeño cuerpo de 12 años a un niño menor que ella. Pero esa noche Carol desconocía el noble gesto de su niña. Por eso no la buscaba entre los muertos. Pasó 12 horas indagando con sus compañeros y con la esperanza de que su hija había salido viva. No se imaginaba que luego de evacuar la escuela Alexa había regresado a tratar de salvar a los niños de kínder que habían quedado atrapados. Fue la Policía Federal la que le pidió acercarse a la carpa improvisada donde se encontraban los alumnos fallecidos.
“Les enseñé una foto de mi hija a algunas mujeres de la Policía Federal, cuando la vieron me dijeron ‘señora, por favor, pase por aquí’. Entonces, cuando me di cuenta de que me estaban pidiendo que ingresara al área asignada para los cadáveres, tajante les contesté que no iba a entrar, porque no había posibilidad de que mi hija estuviera ahí”, contó Carol a Excélsior.
La negación ante la petición de las autoridades, se había acrecentado en Carol, porque todas las compañeras del salón de Alexa habían visto salir a su hija luego de que el movimiento las sorprendiera en la clase de yoga.
A esa carpa a la cual las autoridades le pidieron a Carol que entrara ella jamás la pudo pisar. Fue el papá de Alexa quien tuvo que reconocer a su hija y confirmarle a la madre que, desgraciadamente, su única niña sí estaba entre los niños muertos.
“Cuando vi que el papá de Alexa salió llorando, lo único que hice fue gritar que ‘no era cierto’ me dieron un medicamento y entonces ahí me estuvo atendiendo un paramédico”.
Desde ese momento Carol tiene un nudo en la garganta, un dolor paralizante que no le deja fuerza para demandar justicia, a pesar de que los peritajes de la Procuraduría de Justicia de la Ciudad de México demostraron que el colegio se cayó debido a la negligencia y al sobrepeso que tenía, donde estaba construido el penthouse de la directora Mónica García Villegas.
“Con el dolor que yo traigo no quise verme envuelta en abogados. Preferí que el caso siguiera su curso, si las autoridades iban hacer algo, era por darle justicia a tantos alumnos muertos, pero simplemente no hay una respuesta a los papás que sí demandaron. Estoy devastada, Alexa era mi única hija, era mi compañía, era mi todo, entonces sólo puedo concentrarme en sobreponerme al dolor que estoy viviendo”.
Entre las sicólogas que estuvieron apoyando a padres como Carol, que ese día perdieron a sus hijos, estuvo Marcela Arana, quien como vecina del colegio salió para ponerse a la orden de las autoridades y poder apoyar a las víctimas en esta tragedia.
“Llegó un teniente de la Marina y me preguntó que cuál era mi profesión, así que cuando le respondí que era sicóloga me dijo que si me podía hacer cargo del punto gris. Entonces le respondí que sí, pero que necesitaba que me explicara cuál era esa área, así que me comentó que era la zona donde se iban a resguardar a los cuerpos de los niños para que sus familiares pudieran reconocerlos”, dijo.
Marcela aceptó la petición, pues alguien como ella, con más de 25 años de experiencia en sicología, sabía que tenía todas las herramientas necesarias para darle la contención a los padres, para hacerles saber que estarían lo mejor cuidados posible en ese momento.
Sin embargo, aunque Marcela estaba muy preparada como sicóloga para ayudar, sabía que como la madre que también es, sería una situación demasiado dolorosa que la confrontaría.
“Como sicóloga tengo la capacidad para hacer frente a una situación como ésta: dar los primeros auxilios sicológicos a los deudos, pero como mamá fue una situación muy difícil ver cómo los papás, entraban gritando los nombres de sus niños. Jamás me imaginé que ésta iba a ser la gran misión de mi vida como profesional”, comentó Marcela.
ACABABA DE CUMPLIR SIETE AÑOS
A Miriam Rodríguez, por ejemplo, le tocó entrar sola a reconocer a su hijo José Eduardo Huerta, de siete años, porque es madre soltera.
Su único hijo José Eduardo sólo tenía dos días de haber cumplido siete años cuando murió. El 17 de septiembre a Miriam le tocó celebrarlo y dos días después estaba reconociendo el cuerpo de su niño en una carpa improvisada de la escuela.
“Ustedes pueden ver apenas escasos minutos de mi dolor por esta pérdida irreparable. Ahora tradúcelo en minutos, horas, días, semanas y seis meses. Hay veces que no tengo ganas de nada, pero mi hijo es mi única fortaleza para exigir que se hagan bien las cosas y ningún niño tenga que morirse otra vez en una escuela”.
YA NO VERLA
Ya no está en la cocina pidiendo agua. No va a la cama de mamá. No se escuchan sus pequeños diálogos. Simplemente no está y cada mañana Mireya Rodríguez siente que despertará de la pesadilla, pero Paola Jurado, de siete años, murió junto con la mayoría de sus compañeros del salón de clase de segundo de primaria.
Seis meses también han pasado en los que Mireya Rodríguez y su esposo Alejandro Jurado voltean a ver los diversos espacios de su casa sin poder encontrar a su hija.
“Han sido momentos muy difíciles de despertar y saber que ya no tienes a tu hija a tu lado. Es una tristeza diaria por aceptar que no va a regresar. Por desgracia, las irregularidades en las construcciones y la corrupción le costó la vida a mi hija y a otros 18 niños, que tenían toda la vida por delante. Eran niños sanos, inteligentes. Esta tragedia no solamente los mató a ellos, sino que a nosotros como padres nos mató la ilusión”. (EXCELSIOR)
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