Don Herculano Cortez tiene unos 90 y tantos años, 70 de ellos casado con doña Carmen González, a quien conoció en una baile de una boda hace muchos años, allí la invitó a bailar, y en ese momento nació su historia de amor. Se la robó a los pocos días y se la llevó a La Laguna, luego se fueron para Parras y terminaron viviendo en Saltillo, en una pequeña casita ubicada a las faldas del Cerro del Pueblo, en la colonia el Tanquecito.
Pero desde hace algunos años han vivido todos los días en un infierno, provocado por un grupo de vecinos que, aprovechando su avanzada edad, los molestan constantemente, agrediéndolos física y verbalmente, e incluso metiéndose a su casa a robar las pocas cosas que tienen.
Los han golpeado, apedreado e insultado, la última ocasión fue hace algunos días, cuando aprovechando que don Herculano se había ido al centro de Saltillo a ganarse unos centavos cantando en las calles, un joven de la cuadra se brincó la barda y se metió a su casa, ante la vista atónita de doña Carmen, el sujeto quebró el vidrio de la puerta del patio y entró para llevarse algunas cosas de su casa, y otras más de su tiendita.
Luego fue y buscó a otro cuarto el dinero que habían juntado, y que decir de doña Carmen, era bastantito, porque el delincuente salió muy feliz.
Pero por si no fuera poco, cuando don Herculano regresó de su trabajo, en la esquina lo empujaron otros sujetos, del mismo grupo, e incluso de la misma familia que el que había robado a doña Carmen, lo siguieron hasta su casa, y cuando dejó su bote en el piso, en donde carga las monedas que le dan, y abría su puerta, los pandilleros sacaron las monedas y se las llevaron.
Don Herculano se ríe cuando recuerda, pero lo hace de nervios, porque sabe que en cualquier momento se puede repetir algo que ha pasado muchas veces antes.
En la calle, cuando el camarógrafo de EL HERALDO salió a grabar la fachada de su casa, desde un callejón se escuchó una voz que gritó: ¡Ya dejen de grabar a esos pinches viejillos!
Doña Carmen dice que ya no le hace que le roben, pero que no le rompan sus vidrios.
Dice que el año pasado fue a la Policía Municipal, cansada de tantos golpes, pedradas y robos de los que eran objeto, pero no la quisieron atender porque no había llevado su identificación, y además no presentaba pruebas.
Sin embargo, algunos vecinos –los buenos- confirman –aunque en el anonimato por miedo- que constantemente los jóvenes y algunas mujeres atacan a don Herculano y su esposa.
Una vecina un día la visitó y sólo fue para robarle a doña Carmen sus aretes y su anillo que sus hijos le acababan de regalar, cuando la doña le reclamó, la mujer dijo que mentía.
Luego también fue a reclamarle a otra mujer que sus hijos estaban apedreando a su esposo, pero la luchona madre de familia salió y le gritó a la anciana que dejara de molestar a sus retoños o de lo contrario la demandaría, porque sus hijos eran casi casi unos santos y jamás le harían algo.
Pero el matrimonio de 70 años reconoce bien a quienes los afectan, una mentada Regina, otro al que apodan ‘El Huevín’ y otro más ‘El Tribi’. También hay un niño y otra muchacha.
“Algunos no nos dicen cosas ni nos golpean, nada más nos roban”, confiesa doña Carmen.
Uno de los vecinos llegó justo al momento de la entrevista y tocó la puerta de la casa –que también funciona como una pequeña tienda, aunque ya se han robado casi toda la mercancía- como el sol daba de frente no se identificaba quien era, y con miedo don Herculano abrió la puerta, era un cliente que iba por un refresco, y que confirmó lo que los ancianos platicaban.
“Los méndigos de los muchachillos esos de la esquina son quienes los molestan, los golpean. Pero pues nadie les hace nada a los cabrones, luego la mamá se enoja porque les reclaman”, dijo.
En la casa de don Herculano y doña Carmen hace falta seguridad, que se les levante una pequeña barda y se les pongan picos de seguridad, -ya de perdido con vidrios, dice doña Carmen-.
Muy constantemente pierden su dinero en los asaltos de los que son objeto, por lo que claman porque la seguridad llegue a su calle y su colonia, allá en el Tanquecito, en la calle Francisco Villa, número 492.
Ya cuando les había agradecido por su entrevista y estábamos en el patio, doña Carmen preguntó:
“¿Cómo cuánto cree que valga esta casa?, ya para mejor venderla e irnos a otro lado”. (JOSÉ TORRES)
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