EDUARDO J. DE LA PEÑA
De acuerdo a lo que consignan diarios de Torreón, con el pie izquierdo comenzó su campaña Antonio Gutiérrez Jardón como precandidato del PRI a la alcaldía.
Gutiérrez Jardón estaría centrando su discurso en reconocer el hartazgo ciudadano con «los políticos de toda la vida» y diferenciarse de ellos, un recurso cada vez más socorrido por los aspirantes a un cargo público y que desde luego no gusta a las estructuras con las que al final del día habrá de construirse un eventual triunfo.
Al echar mano de tan fácil discurso, Antonio Gutiérrez no únicamente estaría tensando la relación con las bases del partido que lo postula, sino también haciendo una abierta crítica a su jefe político, nada menos que el gobernador Miguel Ángel Riquelme Solís.
Es bien sabido –y el gobernador ni se avergüenza ni lo esconde– que Miguel Riquelme ha hecho una carrera de más de veinte años en el servicio público, prácticamente desde que egresó de la Ingeniería en Sistemas en el Tecnológico de La Laguna. Ha recorrido diversos cargos en el organigrama estatal desde Recaudador de Rentas en Matamoros hasta el que ocupa hoy, además de haber tenido diferentes puestos de elección como diputado local, diputado federal y alcalde.
Riquelme además de un avezado operador electoral del PRI, que prestó sus servicios a cuatro gobernadores, Rogelio Montemayor, Enrique Martínez, Humberto Moreira y Rubén Moreira, es al final de cuentas «un político de toda la vida».
Y sí, puede haber un hartazgo ciudadano, y en muchos de los casos con sobrada razón, pero no se vale generalizar, ni desde dentro del propio partido demeritar la marca y hablar en contra de los políticos y del PRI, mucho menos cuando se ha construido una meteórica carrera en el sector público, como Gutiérrez Jardón, gracias a la relación con una de las familias de mayor raigambre e influencia en la política estatal, como los Fernández Aguirre.
Pero no es Gutiérrez Jardón el único que cae en ese discurso, es tan común como abundan también los casos de quienes cambian de partido y reciben en el que los acoge más oportunidades que los auténticos militantes.
No son nuevas las deserciones, pero antes quedaban en un mero recurso de imagen y los recién arribados tenían que formarse, pero en el pragmatismo actual no se reconoce militancia, trayectoria, ni lealtad y de pronto hay panistas abanderando al PRI, o viceversa, por no hablar de la mescolanza que hacen las autodenominadas izquierdas.
Y también por eso se da el hartazgo, que en la mayoría de los casos se traduce nada más que en abstención, rara es la ocasión en que el voto castiga.
–o–
Ya que se habla de temas electorales, no hubo espacio la semana anterior para comentar la visita y el discurso del gobernador Riquelme a Ciudad Acuña.
La visita por si sola tiene significado, pues Acuña bien podría considerarse un territorio hostil al gobernador, por lo que se vivió el año pasado en la campaña, la elección y el conflicto poselectoral, también por la circunstancia que se está presentando ahora, que a partir de observaciones de la Auditoría Superior del Estado hay una investigación en contra de Evaristo Lenin Pérez y su administración, además de que es un municipio gobernado por la oposición.
Pero para Riquelme las prioridades son unidad y reconciliación, y fue a Acuña a entregar patrullas y a anunciar un ambicioso programa de pavimentación en el que se invertirán más de 40 millones de pesos.
Y en el discurso, Riquelme no titubeó al señalar que se acabaron los tiempos «de aventarse la pelota» (estados y municipios), pues en temas como seguridad la responsabilidad es pareja.
Con todo cuidado el gobernador está construyendo un ambiente diferente, si bien es cierto que venimos de un proceso tenso, competido y cuestionado, y que estamos ya dentro de otro en el que están en juego las alcaldías el Congreso federal y la Presidencia de la República, también hay una prioridad que es la armonía, indispensable para construir gobernabilidad y que la administración de Riquelme tenga el impulso para distinguirse y dejar un legado.
Hay quienes siguen apostando al protagonismo y al actuar pendenciero, pero en el liderazgo político de Coahuila hay serenidad y calculo para no exacerbar las diferencias.
Se cuestiona que la nueva dirigencia del PRI, que encabeza Rigo Fuentes Avila, haya desaparecido del escenario y bajado el perfil después de que tomaron posesión, pero seguramente no es un descuido sino una jugada estratégica para evitar la confrontación con los oponentes.
También cuestionan que el gobernador siga en el discurso de la seguridad, sin distinguirse de su antecesor. Habría de entenderse que de aquí para adelante ese es un tema que siempre se deberá cuidar estrictamente para no volver a caer en la corrupción permisiva que tanto lastimó a los coahuilenses, y respecto a que la administración tenga un sello propio, ya lo tendrá, se está construyendo.
De hecho la diferencia más marcada está en la actitud y en el trato, y prueba de ello es que fuera de los círculos políticos, en los diferentes liderazgos se da vuelta a la página respecto a la confrontación del año pasado y se da buena acogida a la operación para reconciliar a Coahuila.
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