VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ
Un estilizado relato que evidencia la madurez de Guillermo del Toro que, una vez más, se hunde en el género de la fantasía para referirse a temas tan contemporáneos como necesarios. Un filme brillante, necesario que, como suele ocurrir con las obras maestras, no se agota en una primera lectura.
Esta película funciona en varios niveles de apreciación; puede ser vista como un filme del género fantástico que tiene en el centro del relato a un monstruo que ha sido recogido en algún remoto lugar de Sudamérica, aunque funciona perfecta como una potente historia de amor entre una mujer sensible y muda a causa de un terrible episodio de violencia intrafamiliar y, también, es un cuento de hadas que tributa tanto al cine musical como al cine de espías, tan característicos de los tiempos de la Guerra Fría, época en que se ambienta esta historia brillantemente filmada.
Lejos, es un filme estimulante que ubica a su guionista y director, el mexicano Guillermo del Toro, entre los grandes autores con esta película fina, inteligente y filmada con un estilo visual que es un declarado homenaje al cine del pasado.
Del Toro ha construido su carrera con filmes notables (la mayoría) y otros menos interesantes, pero sí ha sido coherente con su estilo: él ama la fantasía delirante, no teme hacer un cruce con otros géneros y abordar temas que oscilan entre el terror y la radiografía social que, en sus momentos de mayor inspiración -como en El espinazo del diablo o El laberinto del fauno- revela su tremenda capacidad para dar forma a historias de plena sensibilidad romántica recorridas por un sincero amor al cine.
Él sabe que los elementos que visualiza están en las películas que vio cuando niño, sus ideas provienen de los libros de cómics, los relatos que se transmiten en las distintas culturas y, por supuesto, en su propia imaginación que le permiten crear películas llenas de una apasionante puesta en escena.
“La forma del agua” (The shape of wáter, 2017) se enriquece porque está plagada de cinefilia, de referencias a decenas de películas que van desde las musicales (incluida la secuencia al estilo ‘La La Land’) a las inolvidables cintas de terror de los años de la Guerra Fría, siendo la más reconocible el guiño evidente al clásico “El monstruo de la laguna negra” que, al igual que acá, se refiere a una criatura mitad hombre mitad pez que habita en la selva amazónica.
En este caso, este increíble ser es capturado con fines siniestros y lo mantienen en un estanque dentro de un hermético laboratorio de investigaciones del gobierno estadounidense en Baltimore, en los años de la paranoia entre Estados Unidos y la Unión Soviética, con el clima de amenaza latente y desconfianzas por todos lados. Allí, la criatura, también denominada como “el recurso” o “el activo” en la jerga de sus captores, es sometida a la brutalidad de las torturas, con el pretexto del resguardo de la seguridad nacional y el desarrollo científico.
Como buen relato que funda sus bases en el cuento de hadas, la criatura pronto se revela como un ser sensible, con inteligencia y capacidad para amar, en especial porque la dulce Elisa (brillante trabajo actoral como muda de Sally Hawkins), una humilde auxiliar de aseo del lugar se enamora de él. La némesis de este ser extraño pero luminoso es el violento Richard Strickland, un encargado de seguridad ultra conservador, que trabaja para el gobierno y aplica la tortura con la mayor naturalidad (Michael Shannon).
La descripción de este personaje casi psicópata es impecable: es padre de familia, vive en la típica casa de los años sesenta de tres niveles con su esposa y sus dos hijos y conduce un Cadillac. Casi como caricatura, el director lo pone en escena leyendo “El poder del pensamiento positivo” y nos deja ver que gusta del sexo mecánico y del acoso sexual en su trabajo. Es revelador que su accesorio favorito sea una macana eléctrica, igual que los alguaciles sureños que ocasionalmente aparecen reprimiendo a los manifestantes de los derechos civiles en la televisión.
Es a partir de la representación de la maldad de este hombre que el director entra a hilar en una idea poderosa para estos tiempos: todos los seres que defienden a la criatura son inadaptados respecto del orden social impuesto, son raros, distintos y por lo mismo, despreciados: Elisa es solitaria, muda y vive una existencia rutinaria, su mejor amigo es un artista homosexual que no acepta su inminente vejez y entre ellos está Zelda, la compañera de labores que es negra y tiene un marido inepto. La solidaridad que surge entre estos marginados le da además un toque político a este excelente relato fílmico.
Por eso cuando Elisa descubre a esta criatura en el estanque, ve en ella un reflejo de su propia existencia siempre en los márgenes de la felicidad. Por eso se conecta con este ser anfibio a través de los discos de jazz, alimentándolo con huevos cocidos y entendiendo que se trata de un ser tan indefenso y sensible como ella misma, en una sociedad donde impera el fanatismo y la persecución política.
Lo mejor es que Guillermo del Toro saca adelante esta fantasía con elegancia, buen gusto y cuidadosa ambientación, a pesar que nos muestra que este romance aparentemente imposible, suerte de la Bella y la Bestia en versión Guerra Fría, puede consumarse en el sexo (notable la secuencia donde ellos se aman en el baño inundado), haciendo una apología limpia de la posibilidad y necesidad de entendimiento entre distintas especies, dejando de lado el morbo y haciendo que el verdadero monstruo sea el propio ser humano, sediento de venganza y violencia.
“La forma del agua” está repleta de colores muy vivos y de sombras profundas; es tan llamativa como los musicales (y por un mágico instante lo es) y a cada rato brillante como una caricatura, sin dejar de lado que tiene un argumento donde también se revela como una película de cine negro.
Resultan aportes indispensables la exquisita banda sonora de Alexandre Desplat y la dirección de fotografía de Dan Laustsen, gracias a lo cual su argumento se mueve con velocidad -incluyendo la subtrama de los espías rusos- y se permite fragmentos de gran peso dramático como la conversación entre el joven de la pastelería y el artista que revela una agresividad, racismo y homofobia en apenas cinco minutos.
Para destacar el trabajo de Sally Hawkins y Doug Jones; ella interpreta a la muda Elisa con gestos, corporalidad y elegancia que provienen del cine de Chaplin y él es capaz de transmitir ternura debajo de su su brillante caparazón de escamas verdeazuladas.
En el conjunto de sus lecturas, guiños, referencias cinéfilas y citas a una época específica, en el devenir de sus personajes desamparados y en la estilizada puesta en imágenes, Guillermo del Toro ha realizado la que hasta ahora es su obra maestra, entregándonos uno de los filmes más fascinantes de los últimos tiempos, sobre todo porque no se agota en una sola lectura y amplía las posibilidades de análisis hasta ámbitos impensados. Un filme hermoso y necesario de apreciar.
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