VÍCTOR BÓRQUEZ NÚÑEZ
La distopía sirve como base para una saga que, aparentemente, llega a su fin. Destinada solo para adolescentes, es un buen producto comercial que pudo -pero no lo logró- ser un referente de este subgénero para los espectadores actuales.
En esta película se unen muchos elementos propios del cine concebido para los jóvenes de la generación actual. De partida, está el denominado subgénero de las distopías juveniles, esto es, filmes donde el concepto de futuro es casi improbable, porque la Humanidad ha colapsado debido a los estragos de un virus, una guerra o una invasión alienígena.
Enseguida, hay que tomar en cuenta su estructura fílmica, una receta donde cada uno de los estereotipos tiene un lugar y en donde la historia está concebida para enganchar con los espectadores que solo quieren pasarlo bien, pasando por alto las inverosimilitudes del guion o el exceso de todo.
Y por último, está la moda de las sagas, películas que van desarrollándose en capítulos y que obligan al espectador a esperar hasta un año para saber qué sucederá con sus personajes favoritos.
Todo partió (o se reanudó) con “La Guerra de las Galaxias”, en 1977, cuando entregó como capítulo inicial la deslumbrante “Una nueva esperanza” que era el capítulo IV de una serie que se sigue extendiendo hasta ahora. Ejemplos de sagas recientes son la insufrible ‘Crepúsculo’ (2009) y la adaptación de la trilogía que empezó ‘Los juegos del hambre’ (2012). A éstas siguieron nuevas adaptaciones de otras sagas literarias como ‘Divergente’ (Divergent, 2014) y la polémica ‘Amanecer Rojo’, un remake bastante influyente en esta tendencia.
De alguna manera el cine comercial destinado a los adolescentes y jóvenes de hoy están sacando sus ideas de viejos filmes que fueron hitos en las décadas pasadas, perpetuando de este modo esto de revisar los géneros y armar nuevas aventuras con invasiones extraterrestres (‘La quinta ola’, 2016) o el post-apocalipsis zombie en la trilogía iniciada con ‘El corredor del Laberinto’ (The Maze Runner, 2014).
Cabe hacer notar algo cuando menos curioso: la primera parte de esta saga se iniciaba de manera interesante: un laberinto donde un grupo de jóvenes sin memoria de su pasado deben salvar obstáculos, luchando contra monstruos y amenazas que no alcanzan a percibir, idea que se desdibuja hasta llegar a este episodio donde lo que importa es alcanzar un clima potente en lo visual (con la evidente referencia a la estética de la serie ‘Resident Evil’) y con muchas ideas que provienen del cine de George A. Romero, el incomparable padre del cine de zombies.
Si en la saga ‘Resident Evil’ de Paul W. Anderson, existía una corporación denominada “Umbrella”, en este filme existe una de nombre “Cruel”. La gracia radica en que esta aventura juvenil tiene más elementos interesantes en su visualidad, especialmente cuando los protagonistas reingresan a la ciudad amurallada donde podría estar el antídoto contra el virus que ha diezmado a la población mundial.
Es destacable la calidad visual que logra el director, considerando que en todo momento se trata de una película concebida para entretención y con un público absolutamente segmentado: los adolescentes que desean un espectáculo competente, el cual cumple cabalmente con las expectativas.
Comparativamente, “Maze Runner: la cura mortal’ es muy entretenida, a pesar de sus 142 minutos de metraje, tiene dignidad como película de aventuras y sortea un sinnúmero de situaciones forzadas y diálogos para el bronce, esforzándose en crear un filme que es solo divertimento sin mayores pretensiones.
¿Qué le faltó a este tercer capítulo de “Maze Runner”?
Atrevimiento, agallas para llevar la historia hasta niveles distintos, sacar mejor provecho del universo distópico creado, hurgar en la idea perturbadora de asociar el virus que azota a la Humanidad con lo que ocurre en la actualidad con los experimentos de la ciencia y las pandemias incontroladas. Es decir, este filme pudo ser –pero no lo fue- una gran versión de cine post-apocalíptico como sí lo era “Mad Max” o “Escape de Nueva York”, donde había ideas sólidas y un comentario sarcástico del estado de las cosas en el momento en que fueron concebidas.
En esta película son bien claras y directas las referencias al director George A. Romero: está la presencia de muertos vivientes que infectan las ciudades abandonadas o los túneles e incluso se da la estructura social piramidal que era clave para entender aquella vieja película ‘La tierra de los muertos vivientes’ (Land of the Dead, 2005) en la que, como se muestra acá, existe un edificio exclusivo para las clases altas, donde se concentra el poder y la posibilidad de salvación.
Otra idea provocativa no es mejor aprovechada en este filme, el referido a la clase oprimida de los infectados que sobreviven tras la ciudad amurallada, cuyo odio e impotencia estalla en una gran revuelta social, similar a una revolución armada.
Incluso la referencia al cine de Romero se deja sentir en el desenlace donde los experimentos para encontrar con una cura son casi calcados de ‘El día de los muertos’ (Day of the Dead, 1985), una película indispensable en la evolución de este tipo de subgénero. Pero resulta evidente que el director optó por no asumir a los zombies como sus protagonistas y entregar una ficción muy estilizada que, por desgracia, le resta la potencia que pudo tener.
Así, esta saga distópica, basada en las novelas de James Dashner, iniciada en 2014 con “Correr o morir” y la decepcionante segunda parte denominada “Prueba de fuego” (2015), alcanza la trilogía adolescente que, como suele ocurrir en Hollywood, tiene un mejor despliegue de recursos de producción, logrados efectos visuales y un cierre que podría dejar abierta la puerta para otra entrega.
Wes Ball, director de las tres entregas, demuestra tener pulso para contar una historia que no decepciona a sus fans, pero que demuestra cómo buenas ideas sucumben en un Hollywood preocupado solo de los números y no de las ideas.
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