Le quedan solo tres, ¿o siete?
Al que hasta hace poco fue el país más rico del mundo lo gobierna hoy un personaje que nació en 1946. Una época en que José Stalin tenía en un puño el control de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y, en China, Mao Zedong luchaba contra Japón a partir de su particular visión del marxismo como vía para la restauración del esplendor imperial del gigante asiático. Europa estaba en ruinas y África seguía sometida al sistema colonial de los siglos anteriores.
Cuando Donald J. Trump nació, la población mundial en ese año era tres veces menor a la actual. La penicilina era una novedad y los anticonceptivos, apenas un proyecto de laboratorio. La mayoría de las televisiones eran de bulbos y transmitían en blanco y negro. Luego de su avance laboral durante los tiempos de guerra, las mujeres eran empujadas a reasumir su rol natural: amas de casa dedicadas al cuidado de los hijos.
En Estados Unidos, la discriminación racial formaba parte de la vida diaria de diversos sectores del país. Las computadoras eran prácticamente inexistentes y el mismo modelo económico industrial de producción masiva de la Segunda Guerra Mundial era el motor de poco más de dos décadas de crecimiento económico en muchos países.
En este 2018, el señor Trump celebrará su cumpleaños 72 como presidente de la principal potencia militar de nuestro tiempo. En una vertiginosa secuencia de acontecimientos que comenzó con su rabiosa retórica de odio hacia los mexicanos, las mujeres y casi todas las minorías étnicas, el señor de la cabellera anaranjada ha detonado un importante retroceso económico, social, político y ecológico en buena parte del planeta.
Y esta misma semana cumple su primer aniversario como inquilino de la Casa Blanca, proclamando su repudio a los “países de mierda”, describiéndose a sí mismo como “un genio” y además, mentalmente “estable”, mientras que el clamor social global lo describe como racista y demente.
Luego de un año en el cargo, desde el cual ha hilado una lista de fracasos espectaculares en casi todos los ámbitos. Desde su rendición ante la expansión económica de China, su desprecio a los acuerdos internacionales para detener una catástrofe ambiental, las derrotas electorales del partido que lo llevó al poder, hasta su cruzada tuitera contra quien se le da la gana.
A un año de su toma de posesión —aquella imagen de su brazo derecho extendido y con el puño cerrado no se olvidará pronto— su propuesta de gobierno puede definirse con una palabra: retroceso.
Su mensaje político principal —por llamarlo de alguna manera— es el “make America great again”, un claro intento de regresión histórica a los años de su infancia como un junior caprichoso y explosivo. Lo más grave quizá, es que lo hace en un mundo de 7 mil 600 millones de personas, muchas de ellas frustradas y otras, sin mayores opciones de un mejor futuro. Lo hace en un orden económico en el que la llamada globalización económica es una realidad en casi todos los países y cuando la comunicación dominante es digital, instantánea y global.
A contracorriente de casi todos los avances de las últimas generaciones, en realidad el señor Trump podría festejar solamente dos cosas: una reforma fiscal que aseguró que la desigualdad económica seguirá aumentando y una grotesca, pero impresionante capacidad de encumbramiento de una personalidad mediática que le ha permitido construir un muro político personal que, hasta ahora, evita la fractura del sistema político que provocaría su destitución.
Aunque claro, todo en la vida tiene su lado brillante. Por ello, celebremos que el primer año termina ya. Faltan solamente tres más, ¿o siete? (César Romero/UNAM Global)
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