Los combustibles de origen biológico pueden sustituir parte del consumo en combustibles fósiles tradicionales, y la estudiante veracruzana Adriana Gissell Barona Benavides, ha puesto en marcha un proyecto para obtener energía de la piña.
Es una realidad que pese a los problemas medio ambientales que provoca el uso de energías no renovables, como el petróleo, estas siguen siendo las principalmente usadas por la sociedad en múltiples tareas.
“Actualmente existe el interés de desarrollar fuentes renovables y procesos de producción de biocombustibles. Entre las más importantes está el bioetanol que se produce a partir de fuentes de carbohidratos mediante la fermentación microbiana, especialmente por la levadura Saccharomyces cerevisiae”, dijo en entrevista Adriana Gissell Barona Benavides, ganadora del reto Energía, del Concurso Vive conCiencia 2017, certamen organizado por 42 instituciones y coordinado por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico, dirigido a estudiantes de universidades públicas y privadas del país.
Entre las posibles soluciones que han surgido en torno a este tema, se encuentran los biocombustibles de primera generación, sin embargo, éstos trajeron también grandes problemas sociales y ambientales. El precio de los productos agrarios se incrementó de forma importante debido al aumento de la demanda de estos cultivos para producir biocombustibles, creando situaciones especialmente difíciles para la población de países como Brasil o México, como la creciente competencia por el agua y la tierra, y la deforestación.
“El bioetanol de segunda generación podría ser una solución viable para resolver los problemas de insuficiencia de combustibles fósiles, garantizando seguridad energética en muchos países, sin causar daños ambientales. Los biocombustibles de segunda generación obtenidos a partir de biomasa lignocelulósica son una alternativa interesante, ya que las materias primas lignocelulósicas no compiten con los cultivos alimentarios y también tienen un precio más competitivo que las materias primas agrícolas convencionales.
“La industrialización de frutos cítricos como la piña, permite crear productos como jugos, concentrados, néctares, pulpas, jaleas y mermeladas. Los subproductos de la industria de jugos, constituidos por la cáscara representa un 41 por ciento y corazón un 6 por ciento. Sin embargo, son desechados, desaprovechando el valor que estos tienen debido a que el uso de este subproducto agrícola se limita a la alimentación de ganado bovino”, expuso la estudiante del Instituto Tecnológico Superior de Martínez de la Torre.
Los combustibles de origen biológico pueden sustituir parte del consumo en combustibles fósiles tradicionales, como el petróleo. Asimismo, al producir bioetanol de segunda generación, con un producto como la cáscara de piña, se contribuiría a abatir los problemas asociados a la producción de bioetanol de primera generación, además de no afectar la soberanía y seguridad alimentaria, explicó la ganadora del reto Energía.
“El impacto ambiental que se pretende generar al desarrollar el método de producción de bioetanol de segunda generación es producir un combustible cuyo proceso de producción sea más ecológico al aprovechar en mayor cantidad la planta (materia prima), aunado a que un proceso de segunda generación presenta índices de conversión más elevados, lo cual se traduce en menor cantidad de residuos y una mejora de la huella de carbono”, señaló la estudiante de ingeniería en industrias alimentarias. (FORO CONSULTIVO CIENTÍFICO Y TECNOLÓGICO, AC)
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