Javier Alvizo, 6 décadas cortándole el pelo a los saltillenses

Alguna vez le propusieron ser sacerdote; y él cree que sí tiene madera, porque a su peluquería muchos clientes vienen y se confiesan

POR JOSÉ TORRES

Hace 60 años un niño llegó buscando un trabajo de ‘chalán’ a la Peluquería Buitres de Saltillo, ubicada en Abott y Allende, en el centro de la ciudad, propiedad de don Porfirio Aguilar. Allí inició boleando zapatos a los clientes y haciendo mandados.

Pero como era muy hábil ‘dando bola’, terminaba muy rápido, y aprovechaba para observar cuando don Porfirio cortaba el cabello a sus clientes. El dueño de la peluquería, viendo el interés de aquel pequeño de 12 años, le preguntó si le gustaría aprender, -Sí, respondió de inmediato el adolescente.

Don Porfirio tomó una caja de madera de Coca Cola, y la puso atrás de la silla de peluquero, para que el joven aprendiz alcanzara la cabeza de sus clientes, y desde entonces comenzó su carrera que continúa hasta la fecha.

Aquel novel peluquero era Javier Alvizo Flores, convertido a la fecha en un experto de la tijera y la máquina, y que atiende diariamente a sus clientes en la Peluquería Xavier, ubicada en Abasolo, antes de llegar a Nazario Ortiz Garza.

Javier, como lo conocen todos sus clientes, creció con 18 hermanos más, por lo que la necesidad –como él dice- lo hizo buscar un oficio al qué dedicarse, y sin imaginarlo fue la peluquería la que lo eligió a él.

Luego de varios ‘coscorrones’ y una que otra trasquilada mientras aprendía, Javier trabajó después con el maestro Chávez, en Abasolo y Presidente Cárdenas, y después con Don Lupe, otro legendario peluquero, en Victoria y Xicoténcatl.

Y fue hasta 18 años después de haber decidido dedicarse a esto, que se instaló en su propio negocio, en un local en la calle Obregón, antes de Victoria, donde atendió al público por alrededor de 32 años, hasta que, hace 10 años, cambió su peluquería a donde actualmente se encuentra.

De las tijeras y navajas alemanas, con las que aprendió el oficio, cambió a máquinas eléctricas modernas, la ‘whale’ –que es la mejor, según confesó- y las navajas desechables, y aunque sabe hacer la espuma de afeitar a mano como antes, ahora la enlatada le ahorra tiempo.

Media hora –más o menos- es lo que tarda Javier con cada cliente, entre pláticas y el corte, lo que hace más amena la estancia.

Javier está convertido en una ‘biblioteca’ de cabezas y cortes de sus clientes, pues ya ni les pregunta cómo lo van a querer, ellos sólo se sientan y él ya sabe cómo darle forma al cabello de cada uno.

Dice Javier que antes trabajaba a destajo, llegaba muy temprano a su peluquería y se estaba allí hasta muy tarde, atendiendo a quienes fueran llegando, por lo que atendía hasta 35 clientes en un solo día. Hoy la modernidad lo ha apoyado mucho, pues todos sus clientes tienen una cita previamente agendada, por lo que dependiendo de a qué hora sea la primera, es la apertura del negocio. Por lo general, a las 11:00 de la mañana.

“Ha habido tiempos muy duros, como cuando estaban de moda Los Beattles, que todos usaban el pelo largo, pues se acabó un poco la chamba; luego vinieron los estilistas, pero nosotros seguimos con la tradición de la peluquería”, narra.

“Hay que saberle, y esto de lo da la experiencia, con el tiempo que sigues trabajando en esto cada día aprendemos otras cosas… lo hago con gusto y aparte me pagan, pues qué padre”, agrega y ríe.

Entre música clásica, que pone en su estéreo, en donde sintoniza una estación de radio local, o con el Youtube en su Smart TV, los clientes se relajan en el clásico sillón rojo, mientras Javier les pone la capa para cubrirlos y una toalla en su cuello.

Luego muy concentrado va dando forma a su cabello, usa la máquina, las tijeras y la navaja, cuida hasta el último detalle para que quede como al cliente le gusta. Cuando termina les presta un espejo para que el cliente apruebe el trabajo.

PELUQUERO DE POLICÍAS Y GOBERNADORES

Muchas anécdotas recuerda Javier en sus seis décadas como peluquero, como el haber cortado el cabello a los jugadores de Saraperos, o a todos los oficiales de la Policía Federal, acudían tan seguido a su antigua peluquería en el centro de Saltillo, que decidió pintarla de negro y blanco, como antes se distinguía a los policías.

También fue el peluquero del ex gobernador Óscar Flores Tapia. Dice que un día llegó sin cartera, pero acompañado de muchos seguidores, pues andaba en campaña para la Gubernatura, y uno de ellos le dio su cartera para que pagara. Don Óscar tomó un billete de $500 y se lo dio a Javier, luego regresó aquel seguidor de Flores Tapia y le dijo a Javier que le debía algunos cortes, pues el ex gobernador le había pagado mucho.

También con cariño recuerda al doctor Hugo Castellanos, pues una vez –a causa de las ‘malpasadas’ y comer en la calle- Javier se enfermó y tuvo que dejar por un tiempo la peluquería. El doctor Castellanos, que era su cliente, se extrañó que no abriera, e investigó su domicilio, visitó a Javier y lo atendió personalmente, hasta que lo curó.

“El doctor no se quería quedar sin peluquero”, dice Javier.

Javier se casó con doña Angelita Solís con quien procreó tres hijos, además es abuelo de 4 y bisabuelo de una.

Este oficio le ha dado un sinfín de buenos amigos, dice que alguna vez en el Colegio México le vieron madera para hacerse sacerdote: “yo creo que sí, porque aquí muchos clientes vienen y se confiesan”, señala.

A sus 73 años Javier Alvizo no piensa en dejar la tijera ni la máquina, va a seguirle hasta que Dios le permita, pues dice “ni siquiera me tiembla la mano”.  (JOSÉ TORRES)